13 de Junio 2006

UN BAR METAFÍSICO

A veces me asalta el recuerdo de un bar. Pero no de un bar cualquiera, sino uno concreto; un sitio en el que he estado alguna vez, aunque sé que no existe. Un lugar suspendido en el tiempo, un bar metafísico. Un espacio fuera del espacio. Un garito en el que, al entrar, el resto del mundo desaparece y nada importa. El mundo real se queda tras la puerta de entrada. En su interior, la noche dura toda la vida.

No sé exactamente cómo es; sólo recuerdo la penumbra y el humo, y que hay bastante gente, pero no tanta como para agobiarte. La gente es como tú: está ahí porque no puede estar en ninguna parte. No hablas con nadie, pero de algún modo sabes que todos los presentes os habéis descolgado, para siempre o no, de una existencia insatisfactoria, y permanecéis en una especie de limbo mental; y esa certeza te hace sentir mejor, aunque no te sirva de nada. Un bar al que puedes ir solo tranquilamente, sabiendo que no desentonarás. De hecho es al ir solo cuando la cosa cobra todo su sentido. Para ir con los amigos hay otros bares, aquí se viene solo: el hallazgo es mayor así.

Suelo recorrer con la memoria las calles de esta ciudad, tratando de localizarlo. Nunca lo consigo, sé que nunca lo conseguiré. Probablemente no existe, ya lo he dicho. A veces pienso que lo he soñado, otras que lo he visto en una película o que me lo han contado (de noche se cuentan las cosas más raras). Pero casi siempre pienso que en el pasado, estando en cualquier parte, me he sentido como si estuviera en ese bar que no existe. Es difícil de explicar. Me acuerdo de un garito en Lisboa, en mitad de una calle estrecha, empinada y tranquila, por la cual, durante el día, trepaba un viejo funicular. De noche tenía algo de fantasmagórico aquel arcaico vehículo aparcado en lo alto de la calle, por donde yo pasaba para bajar hasta el bar. Y el bar parecía tener la cualidad de suspender el tiempo en un radio de unos cuantos metros a su alrededor. No existía pasado ni futuro, recuerdos ni anhelos: sólo la alegría del desarraigo. Me habría quedado allí toda la vida, sin hacer nada en especial, simplemente sentado a la barra, bebiendo y contemplando ociosamente las evoluciones de la parroquia. Nada me hacía más feliz en aquel momento. No buscaba nada más.

Y me acuerdo también de un extraño garito que descubrí hace años en Barcelona, llamado San Bukowski. Estaba en la calle del Lliri, justo encima de la Travessera de Dalt, en los límites del barrio de Gracia. Una madrugada salía yo del KGB y un tipo me dio una tarjeta: “San Bukowski”. Aún la conservo: en un lado sale el careto de Bukowski y en el otro un croquis con la situación del bar. Cuando llegué, la persiana metálica estaba cerrada. Llamé y me abrieron. La penumbra, el humo. La única iluminación la daban unas cuantas velas encendidas. Pero esta vez no había nadie, sólo el camarero y un borracho que dormía la mona apoyado sobre una mesa. Era un local pequeño: un pasillo con la barra a la izquierda, tres o cuatro mesas y un minúsculo escenario al fondo. En la pared del escenario había un mural con el careto de Bukowski y un par de estanterías con libros. Todavía hoy me arrepiento de no haberme acercado a ver qué libros eran, aunque obviamente debían ser de Bukowski. Me quedé en la barra y pedí una cerveza. No había música, nadie decía nada. El camarero no parecía saber muy bien qué hacer. Algo receloso le pregunté si allí no iban nunca mujeres. “Espero que sí”, me respondió. Resultó que le estaba cuidando el bar a un amigo. “Ah”, respondí. Y eso fue todo, me tomé la cerveza y me largué; pero durante ese rato, de nuevo tuve la sensación de hallarme a un millón de años luz sin haber salido de la ciudad. Fui otra noche, pero no me abrieron la persiana; ya nunca más lo hicieron. No se oía nada dentro. Podía haber alguien o no. Supongo que no. Desapareció de manera tan extraña como había aparecido.

No he vuelto a sentirme así en ninguna parte; creía que tarde o temprano encontraría ese bar y me quedaría ahí para siempre. Sería lo justo, hace mucho que lo busco. Pero no. Se me escapa.

(Escrito en agosto de 2004. No, ya no lo busco; me quedo en el mundo real. Buenas noches.)


Comments

Esa es la búsqueda que todos hacemos de algo que nunca podremos conseguir. yo he dejado de buscarlo y me he centradfo en los más que satisfactorios placeres reales, carnales y diarios.
Ánimo. Puede que un día, así sin buscar, aparezca y nos sorprenda.

Posted by: rucito on 19 de Junio 2006 a las 11:53 AM

No no, es mejor no encontrar nunca "ese" bar... No sé si me expliqué bien, el bar de mi relato es sinónimo de alienación total e irreversible, y no es lo que busco ahora. Quizá de vez en cuando, pero con un pie en la calle. Un saludo, caballero.

Posted by: HenryKiller on 19 de Junio 2006 a las 11:54 PM

Qué pequeño es el mundo. Habré pasado mil veces por delante de esa persiana. A mí nunca me dieron tarjeta.

Posted by: veintebajocero on 20 de Junio 2006 a las 10:46 PM

Interesante. Nunca he hablado a nadie del San Bukowski ni nadie me ha hablado de él; si me llegas a decir que tú también estuviste, casi me habría dado miedo y todo. Un saludo

Posted by: HenryKiller on 22 de Junio 2006 a las 01:40 AM
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