People, I've been misled
And I've been afraid
I've been hit in the head
And left for dead
I've been abused
And I've been accused
Been refused a piece of bread
But I ain't never
In my life before
Seen so many love affairs
Go wrong as I do today
I want you to STOP
And find out what's wrong
Get it right
Or just leave love alone
Because the love you save today
Maybe will-l-l-l be your own
I've been pushed around
I've been lost and found
I've been given til sundown to get out of town
I've been taken outside
And I've been brutalized
And I've had to always be the one to smile and apologize
But I ain't never
In my life before
Seen so many love affairs
Go wrong as I do today
I want you to STOP
And find out what's wrong
Get it right
Or please leave love alone
Because the love you save today
Maybe will-l-l-l be your own
[The love you save (may be your own), de Joe Tex]
On a rooftop in Brooklyn
At one in the morning
Watching the lights flash
In Manhattan
I see five bridges
The Empire State building
And you said something
That I've never forgotten
We lean against railings
Describing the colours
And the smells of our homelands
Acting like lovers
How did we get here?
To this point of living?
I held my breath
And you said something
And I'm doing nothing wrong
Riding in your car
The radio playing
We sing up to the eighth floor
A rooftop Manhattan
At one in the morning
And you said something
That I've never forgotten
You said something
You said something
You said something
That was really important
(You said something, de PJ Harvey.)
Disculpen el retraso. Esta vez tengo varios eventos que contar, vamos por partes:
1. Ya está disponible el nuevo número de la Revista Ferbero, en la cual colaboro. La podéis encontrar en estos puntos de venta.
2. Tal como anuncié, la Revista Ferbero será presentada en la librería LA CENTRAL (c/Elisabets 6, Barcelona), acto al que tendré el placer de acudir. Será el Jueves, 19 de junio a las 19:30. ¡¡¡Topiqueros de Barcelona, no os lo perdáis!!!
3. También he iniciado otra colaboración con la revista de ocio y tendencias Urban Catarsis, que podréis conseguir gratuitamente en varios locales de Barcelona. En ella tengo una sección sobre los bares de esta ciudad; cada mes hablo de alguno en concreto, pero con un puntito literario, contando anécdotas que hayan sucedido en él. La sección se llama Bar Ciudad, echadle un vistazo.
4. Y por último, ¡que ya no soy teleoperador! Ahora soy el flamante nuevo encargado de una librería de cine y cómics. Ha sido un cambio muy grande en todos los aspectos, pues nunca antes había llevado una tienda, y aparte ahora tengo prácticamente todo el dia ocupado y estoy casi siempre solo, cuando antes tenía cientos de compañeros Realmente un choque muy fuerte, pero el trabajo es mucho más agradecido (¡por fin vivo en mi mundo!, este sitio es un poco freakielandia, estoy rodeado de muñecos de James Bond, Marilyn Monroe, Woody Allen, los Hermanos Marx ) y parece que me estoy adaptando bien. En fin, time will tell, que decía Bob Marley. Buenos días.
El sábado pasado se celebró una pequeña fiesta para los colaboradores de la Revista Ferbero, entre los que me cuento. No era algo oficial, sino una reunión informal entre amigos; tal como dije en el post anterior, más adelante se organizará un acto público en la librería LA CENTRAL de Barcelona, pero éste no era el caso.
Fue también mi presentación en sociedad y me quedé francamente abrumado por la calurosa acogida que me brindaron todos, parece que mis poemas han gustado mucho entre el círculo de la revista. Es la primera vez que salgo del anonimato literario, aunque sea entre unas veinte o treinta personas. Hasta ahora conocía a Javi y Dani, los dos artífices de la revista, tipos nobles y amistosos donde los haya, con quienes ya tenía muy buen rollo desde hace algunos meses. Pero cuando llegas a un sitio y, nada más entrar, alguien a quien no conoces de nada te dice que se ha leído todos tus poemas, te elevas al menos un par de centímetros del suelo.
Ahora acabo de salir de rehabilitación, tengo una contractura en la espalda que me está dando mucho por la espalda. Nunca había tenido problemas de espalda y se me hace muy raro, por lo visto es debido al estrés. Tengo que cambiar de trabajo. Tengo que cambiar de vida. No sé cómo hacerlo. En la sala de rehabilitación, sentado en una silla y haciendo mis ejercicios frente a una pared espejo, veo lo que realmente soy: un señor de treinta y seis años en camiseta de tirantes, calvo y con barriga, moviendo la cabeza de arriba abajo una y otra vez, al unísono con otros varios señores y señoras de distintas edades, pero todos por encima de los treinta y seis, algunos con más del doble. Estamos todos en esto, poetas o no. Buenos días.
...Rosalía y yo (por cortesía de simpsonizeme.com), y os mandamos un saludo desde Springfield.
(Que sí, que sigo cerrado por vacaciones.)
Si alguno de los escasos lectores que le quedan a este blog se ha preguntado por qué tardo tanto en actualizarlo (supongo que no, pero bueno), pues ya lo sabe: que esta semana estoy de vacaciones, y la que viene también. Y la otra serán las fiestas de Gracia, así que, a no ser que tenga algo muy gordo que contar, olvídense de mí hasta septiembre. Uy no, que en septiembre tengo las oposiciones... pues hasta octubre, ¿vale? Cuídense mucho y disfruten del verano (y a los que no les guste el verano, QUE LES DEN). Hasta pronto.
Siempre me atormenta la falta de tiempo para hacer todo lo querría hacer. Me maravilla (¡¡y me da mucha envidia!!) cada vez que leo que un fulano es escritor y actor y músico y director de cine y cinturón negro de karate, y encima tiene tres carreras (arquitectura, derecho y, no sé, trabajo social), y de vez en cuando se entretiene diseñando ropa para una conocida marca (ahora todo quisque diseña ropa para una conocida marca, ése sería otro tema del que hablar), y eso si no está dando la vuelta al mundo en catamarán. Joder, ¿y cuándo va al baño? Y luego te enteras de que el colega en cuestión tiene ¡¡veinticinco años!!, ¡¡o treinta, o treinta y cinco!!, y entonces sí que ya no entiendes nada. Dios santo, ¿cómo lo ha hecho? ¿Se desdobla? A mí me lleva toda la mañana poner una lavadora y tender la ropa. Hace poco he leído que un actor de la serie Héroes (que por cierto no he podido ver todavía, todo el mundo habla maravillas de ella) se las arregla para compaginar el rodaje de la serie con su empleo de técnico en efectos especiales en las películas de Spielberg Curioso, y en la serie interpreta a un tío que detiene el tiempo a voluntad. Debe ser eso, oigan. Verán, yo trabajo en un call center, intento estudiar para unas oposiciones, intento además escribir relatos (y publicarlos, ojo, que es un trabajo en sí mismo; debería reconocerse como categoría laboral: aspirante a publicar relatos), leer todas las grandes obras de la literatura universal, componer canciones, tener la casa en condiciones (eso es peor que publicar relatos) y, bueno, también divertirme un poquito, salir de noche y esas cosas y al final, lo único que logro llevar a término de todo ello es lo primero y lo último: currar en el call center y salir de noche. Siempre digo que harían falta diez vidas para hacer todo lo que uno querría hacer, y sospecho que ni así. ¿Por qué les cuento todo esto?: ni idea, tenía que escribir algo, que tengo el blog muy muerto. Buenas noches.
Trabajo en un call center, de tres de la tarde a nueve de la noche. De tres a cuatro no suele haber muchas llamadas, y a las cuatro siempre me doy un descanso para empezar la jornada tomándomelo con calma. Tengo cuarenta y cinco minutos de descanso por jornada y puedo hacer hasta un cuarto de hora seguido. Ese primer cuarto de hora de relax, antes de que se nos venga encima la horda de enfermos de los móviles, me sienta como dios.
Me gusta ir al bar de enfrente. Un bar tranquilo a esa hora, creo que a todas: casi nunca he visto más de dos o tres personas aparte del jefe. No parece que se haga mucho negocio, pero para mí es perfecto. Además hace esquina y todas las paredes exteriores son acristaladas. Siempre me han gustado los bares que hacen esquina y con las paredes acristaladas, porque son como un palco a la ciudad. Uno puede contemplar el trajín de las calles como a lo lejos, desde un pequeño limbo de quince minutos.
Hace unos días, cuando entré en el bar, me sorprendió encontrarme con dos tipos que hablaban muy alto, casi gritándose. Si habéis ido siguiendo este blog sabréis de mi eterna historia de amor con la gente que habla muy alto. No voy a reincidir en ello: sólo comentar que estaban de pie, uno frente a otro, y se hablaban como si estuviesen a veinte metros de distancia. Me van a joder mi cuarto de hora de relax, pensé. Me senté a la barra, pedí un té, agarré un periódico y estuve un par de minutos intentando concentrarme en la lectura; luego me di por vencido, dejé el periódico a un lado y me puse a observar a los dos tipos. Ya que me han jodido el relax, a ver si al menos me distraen un poco, pensé. Uno era joven, alrededor de los treinta años, puede que algunos menos, de estatura media y un pelín rechoncho, y con cabello abundante y descuidado que le cubría la frente y el cogote; llevaba un anorak bastante cutre. El otro era mayor, de unos cincuenta y pico, de la misma estatura aunque más delgado y pulido, y con el pelo corto; llevaba una chaqueta de sport de baratillo, como suelen los hombres de esa edad cuando intentan aparentar una clase social a la que no pertenecen. No parecían tener mucho en común, pero estaban entusiasmados. Al principio no entendí de qué hablaban con tanto fervor; me suele pasar cuando me siento agobiado. Oía las palabras pero no entendía nada. Entonces vi lo que pasaba: el joven estaba sacando monedas de la máquina tragaperras a manos llenas, las contaba y las iba colocando sobre la barra en pilas de diez, y con cada diez pilas formaba una hilera. Había ya dos hileras y seguía contando, y al mismo tiempo comentaba la jugada. El mayor le jaleaba. No estoy muy puesto en el vocabulario de los adictos a las tragaperras, pero la cosa era más o menos así:
Estaba acojonado ya, tío gritaba el joven.
Ya lo he visto, ya gritaba el mayor.
Estaba acojonado porque no me salía la cereza.
Ya lo he visto, ya; ya lo he visto.
No me salía la cereza y era la última tirada, y ya me había gastado cien euros.
Qué acojone, ¿eh? ¡¡Ja ja!! ¡¡Qué acojone!!
Ya estaba a punto de ir al cajero a sacar más pasta. Y entonces me sale la cereza y ¡¡buuum!! ¡¡Trescientos euros!! ¡¡Cómo mola!!
Cómo mola, ¿eh? ¡¡Ja ja!! ¡¡Cómo mola!!
Menos mal. Oye, dame dos billetes de cien le gritó al jefe. Los otros cien me los quedo en monedas.
Cuando hubo administrado su nuevo patrimonio, el joven empezó a echar monedas a la máquina otra vez. El mayor se quedó al lado con los ojos clavados en la máquina, como si estuviese viendo un partido por la tele. Por un momento dejaron de gritar y sólo se oyó el rumor electrónico de las ruletas girando. Dejé de observarles. Entonces gritó el mayor:
¿Y dónde está Luxor?
En Egipto, ¿no? gritó el joven.
Volví a mirar instintivamente, extrañado por el giro de la conversación. Comprendí: entre frutas de colores y lucecitas parpadeantes, en la máquina destacaba la palabra Luxor junto a un dibujo de la esfinge.
Es que los egipcios fueron la primera cultura, ¿no? gritó el mayor.
Me parece que sí, ¿no? gritó el joven sin parar de echar monedas a la máquina.
¿Pero fueron los egipcios o los griegos? gritó el mayor apartándose de la máquina y dirigiéndose a mí, no sé por qué.
Ni idea, soy muy malo en historia respondí. Es cierto, soy muy malo en historia.
Me parece que fueron los egipcios, ¿no? gritó el joven.
Los egipcios, ¿no? repitió el mayor, y otra vez se dirigió a mí: Es que hay que ver qué listos eran los egipcios, ¿eh? ¡¡Qué edificios hacían!! ¡¡Eso no lo hacemos ahora!!
Es verdad admití. Siempre lo he pensado.
Pero los griegos ¡¡A los griegos déjalos ir también, ¿eh?!!
Sí, sí, también.
Pero los primeros fueron los egipcios gritó el joven, siempre a lo suyo.
¡¡Sí, sí, los egipcios!! gritó el mayor.
¡¡Bueno, me parece!! añadió el otro. Porque seguro seguro, tampoco lo sé.
¡¡Ja ja, aquí ninguno sabemos nada!! gritó el mayor.
Es verdad dije yo.
Mi padre nos lo diría eso gritó el joven, apartándose momentáneamente de la máquina y dirigiéndose al mayor. Mi padre sabe mucho de historia. Siempre quiso que yo estudiara, pero yo no le hacía caso. A veces se lo digo ¡¡Papá, conmigo tiraste tanto dinero !!
Lo siento, no pude reprimir una carcajada. Entonces caí en la cuenta de que se terminaba mi cuarto de hora, así que pagué mi té, dije adiós y salí corriendo. Me habría quedado charlando con aquéllos dos. Me lo estaba pasando bien.
Resulta curioso cómo se pegan las maneras de hablar en un call center. En mi plataforma nos permiten dirigirnos a los clientes con cierta libertad, no es de las que te obligan a usar unas frases determinadas; entonces, al escuchar cada día el mismo rollo en boca de unos veinte tíos que te rodean, cada uno con su propia manera de explicarlo, se te acaban pegando expresiones.
Yo, por ejemplo, jamás había llamado a nadie caballero, y además lo encuentro espantosamente hortera; pero hijos, se me ha pegado y no puedo hacer nada. Desde que empecé en este curro he tenido al lado a un chaval, bastante simpático por otra parte, que está constantemente llamando caballero a los clientes, y además grita mucho, se le oye por todo el pasillo e incluso más allá; y claro, ahora yo también digo caballero constantemente, y ya ni siquiera intento evitarlo porque es inútil. Al mismo tiempo, más de una vez he escuchado en boca de algún compañero alguna expresión típica de mí. Da que pensar, ¿no les parece?
En cualquier caso, el hecho es que lo de caballero funciona con los clientes, por espantosamente hortera que pueda sonar. Sí, sí: en el fondo, a los tíos nos gusta que nos llamen caballero, aunque no lo reconozcamos en estos tiempos de qué pasa nen. Claro que nunca llueve a gusto de todos. Por ejemplo, el otro día me sucedió lo siguiente:
Skyline empresas, le atiende Henry Killer, ¿en qué puedo ayudarle? (Nombres figurados, por supuesto.)
Me respondió un extranjero, probablemente hindú a juzgar por su nombre y su acento:
Quiero dar de baja un número de teléfono.
Dígame cuál, caballero.
Silencio.
¿Hola? ¿Me escucha?
Sí, sí.
Dígame qué número quiere dar de baja.
No me acuerdo.
Esto es más habitual de lo que os podáis imaginar: muchos intentan dar de baja números que no recuerdan. Supondrán que los tengo que recordar yo.
Caballero, si no me dice el número no puedo saber cuál es.
No soy un caballero, soy un tanquero.
¡¿Perdón?!
No soy un caballero, soy un tanquero.
Ah. Bueno. En cualquier caso, no puedo dar de baja un número si no sé cuál es, caballero. (¡Ooops, lo he vuelto a decir!)
¡¡¡Que no soy un caballero, soy un tanquero!!!
Eeeh Bueno, lo que sea usted, oiga. No voy a poder atenderle si no me dice el número.
¡¡ME ESTÁ INSULTANDO USTED, ¿ME ENTIENDE?!! ¡¡NO SOY UN CABALLERO, SOY UN TANQUERO!! ¡¡NO TENGO UN CABALLO, TENGO UN TANQUE!!
Y me colgó. Una historia real.
Dios santo dios santo dios santooo, no debí hacerlo, no debí descubrir YouTube. Yo era feliz (yo era un chaval majo, centrao, trabajador ); todo el mundo hablaba de YouTube y yo no hacía caso, a mí me daba igual. Pero tenía que echar un vistazo, claro, tenía que echar un puto vistazo. Ahora estoy completamente enganchado, YouTube dirige mi vida, vendería a mi madre por mi dosis de YouTube. Afortunadamente es gratis, así que no será necesario. Ahora habrán de disculparme, debo seguir youtubeando; les dejo con esta cosa tan simpática que me he encontrado. ¡Ah!, y que tengan una buena entrada del otoño. Yo odio el otoño de los cojones, pero a ustedes les deseo lo mejor. Buenas tardes.
Qué veranos aquellos los de Altafulla, cada vez me asaltan más en el recuerdo. Será que me hago mayor. Cuando lo pienso fríamente tampoco eran tan maravillosos, sobretodo porque allí nunca me comí un torrao. Pero supongo que el recuerdo es más emocional que real, y aquel lugar me daba una sensación de libertad que nunca he vuelto a tener (bueno, quizá alguna vez). Claro que ahora tengo otros alicientes; en fin, en la vida has de perder algunas cosas para ganar otras.
Quizá aquella sensación de libertad se debía más a la etapa de mi vida, la adolescencia, que al sitio en el que me encontraba, pero también es verdad que si en vez de Altafulla hubiera estado en Benidorm o algo así, no me habría sentido exactamente igual. Porque Altafulla tenía algo de mágico. Se trata de un pequeño pueblo de la costa de Tarragona, muy tranquilo, nada que ver con Salou y similares. Todos los que veraneábamos allí andábamos siempre quejándonos de que no había mucha fiesta, o ninguna, pero invariablemente volvíamos cada año, porque en el fondo nos encantaba. Y la fiesta nos la hacíamos nosotros; yo creo que los botellones en la playa los inventamos allí (hace quince años de eso, dios, dios). Algunas noches íbamos andando con todo el alcohol que podíamos y un radiocasete a pilas hasta la playa de Tamarit, un lugar desolado más allá del término municipal de Altafulla; allí había (hay) un enorme y desvencijado castillo medieval sobre un peñasco, y bajo la sombra de sus murallas montábamos la juerga. Según leí en una guía, ese castillo había sido un municipio en la edad media; la palmaron todos de no sé qué epidemia y quedó deshabitado durante siglos, y ya en el siglo XX, un ricachón compró todo el recinto y lo acondicionó interiormente como residencia, casi nada. Semejante escenario bajo el cielo estrellado, el casete voceando She sells sanctuary de los Cult, el vaivén de las olas y la botella de ron: si eso no era magia, no sé qué era. Aquellos parajes tenían un halo de misterio muy atractivo para un chaval con la cabeza llena de pájaros como yo. Mi hermana afirma que existían túneles que comunicaban el castillo de la playa de Tamarit con la parte antigua de Altafulla, también medieval, que está un par de kilómetros al interior, en lo alto de una colina; no sé qué hay de verdad en ello, pero a mi hermana nadie le lleva la contraria. (Un beso, guapa.) Además, se dice que Altafulla fue pueblo de brujas y se ha ido transmitiendo toda una literatura oral sobre ello; pero la realidad es aún más interesante que la leyenda: según parece, las historias de brujas se las inventaban los contrabandistas de la época para que los vecinos tuviesen miedo de salir de noche y no presenciasen los trapicheos de aquéllos. Como veis, todo un cuadro muy exótico.
Dominando la parte antigua de Altafulla se erige otro castillo, algo más moderno y bien cuidado que el de la playa; y a su alrededor, semiocultas en los recovecos de las viejas callejuelas, se hallan tres o cuatro tabernas rústicas, mayormente de piedra y madera, que en aquel momento no eran muy frecuentadas por los chavales del pueblo (supongo que ahora tampoco), pues no tenían precisamente precios populares; los chavales del pueblo iban más a los típicos bares Marianos. Hasta los veintitantos años, los de mi pandilla íbamos también a los bares Marianos, porque te ponías hasta el culo por cuatro duros y no dabas mucho la nota si caías inconsciente de la silla, pero luego empezamos a ir cada vez más a las tabernas pijorrústicas, que llevaban un rollo más reposado y maduro. Nuestra preferida era el Faristol, que en realidad se trataba (se trata) de una mansión de la época de los indianos convertida en hostal, en el que solían alojarse familias guiris con pasta larga. El bar del Faristol resulta muy sugestivo porque dispone de un pequeño escenario con un montón de trastos: muebles viejos; un piano de pared desafinado; cinco o seis guitarras descuidadas, tanto eléctricas como españolas; dos o tres micrófonos; dos o tres amplificadores cascados; multitud de bongos; una batería que apenas se aguanta derecha; algún que otro saxo y alguna que otra trompeta llenos de polvo todo ello a la disposición de quien quiera. Ya imaginaréis por qué podía gustar tanto aquel bar a unos fanáticos del rock & roll como nosotros: cuando llevábamos ya algunas copas invadíamos el escenario, agarrábamos los instrumentos, encendíamos los chirriantes amplificadores y montábamos la juerga padre, siempre con la complacencia del dueño del local, el amable Sr. Agustí. Noches de gloria allí dentro. Allí, el menda dio algunos de los mejores conciertos de la historia del rock & roll aunque sólo se enterasen unas treinta personas cada vez.
Llevo ya algunos días que, de vez en cuando, mientras estoy aguantando la brasa del cliente cretino de turno, de improviso y sin motivo aparente me sobreviene alguna imagen de aquellos veranos en Altafulla Es como un flash, un fotograma traspapelado, y en un instante desaparece; supongo que me lo quito enseguida de la cabeza. Pero ahora quería contar esto. Buenos días.
Este fin de semana, Rosalía y yo nos hemos alojado en el legendario hotel Ritz de Barcelona (ahora se llama Palace, pero para mí siempre será el Ritz). Sí sí, el mismo en el que siempre se aloja Woody Allen. ¿El motivo de semejante vacilada?: fue mi regalo de cumpleaños a Rosalía. Mis amigos tendrán que pagarme las copas el resto del verano, pero sé que lo comprenderán. Obvio decir que ahora estoy a dos velas, pero ¡¡qué cojones, si lo estoy todos los meses por una cosa o por otra!! Pues al menos una vez, que sea con clase. Lo cierto es que, al hacer la reserva, yo había pedido una habitación de las más normalitas, y cuando entramos me quedé con la boca abierta al comprobar que la habitación normalita era tan grande como el piso en el que vivo, y con ese lujo decimonónico que yo sólo había visto en las películas; no puedo imaginar cómo debe ser una suite presidencial. Teníamos dormitorio, sala de estar, dos baños (ambos con bañera) y un ropero un poquito más pequeño que el lavabo de mi casa. Cenamos también en el hotel (la cena más cara de mi vida) y nos echamos unas buenas risas comportándonos como asquerosos nuevos ricos. Cuando me trajeron la cuenta se me cortó la digestión, pero sigo pensando que valió la pena. Luego salimos a tomar unas copas, y les diré una cosa: ¡¡realmente se ve la ciudad de otra manera saliendo del Ritz!!
A lo mejor pongo fotos, ya veremos. Buenos días a todos.
En cuanto llega el buen tiempo se le empieza a ver por las plazas de Gracia, con su boina, su carpeta bajo el brazo y esa raída cazadora de piel con la que debe estar asándose. Ya está por aquí el Sr. Eusebio, toda una figura de este barrio. Un viejecito chaparro que camina encorvado, a pasos muy cortitos, recorriendo lenta y penosamente las terrazas de los bares, ofreciendo sus dibujos por un euro cada uno. Sus dibujos son como éste:
Henry Killer visto por el Sr. Eusebio
Todos los que frecuentamos las terrazas de este barrio hemos sido alguna vez abordados por el Sr. Eusebio, aunque la palabra abordados no debe ser la más idónea para describirlo, pues el hombre se te dirige con la mayor educación, con un hablar tan lento como sus pasos, pero firme, sin titubeos, con maneras de caballero; resulta distinguido a pesar de su aspecto algo contrahecho (un hombre a dos carrillos pegado: sus mofletes son enormes, más grandes que su propio rostro, y le rebosan por los lados; y su labio inferior, también desmesurado, se superpone perpetuamente al superior). Cuando te enseña sus dibujos, lo primero que piensas es que está loco, impresión que queda inmediatamente desmentida al mirarle a los ojos, que tras sus gafas aguantan la mirada con toda naturalidad y tienen un brillo de lucidez e inteligencia. El Sr. Eusebio no está loco, al contrario, sabe muy bien lo que hace. Bajo sus lánguidos movimientos se entrevé una curiosa vivacidad; si tardas un segundo en responderle ya se te ha sentado al lado y ha empezado a retratarte. Entonces, quizá piensas que te está tomando el pelo bueno, supongo que eso depende de cada cual. Por mi parte no lo veo así; más bien interpreto su actitud como una deferencia, como diciendo: Sé muy bien que no tengo puta idea de dibujar, pero prefiero darte esto en vez de pedirte un euro por la cara.
Este domingo al mediodía estábamos Rosalía y yo tomando el aperitivo en la plaza del Sol y vimos al Sr. Eusebio hacer su primera aparición de la temporada. Me alegré de verlo. Me ofreció un retrato y acepté (me ha puesto más pelo del que tengo, sabe cómo contentar al cliente). El verano pasado ya retrató a Rosalía y le dijo: Tú no eres de aquí, ¿verdad? No, soy de Madrid, dijo ella. ¡Ah Madrid, qué bonito Madrid! Cuando era joven pasé mucho tiempo en Madrid. Vivía en una casa de huéspedes y allí tocaba el piano, nos contó. Fue entonces cuando imaginé que el Sr. Eusebio debió dedicarse a la farándula: ese don de gentes del que hace gala da para pensarlo. No me atreví a preguntárselo; un día de éstos lo haré. El caso es que en los últimos años, el Sr. Eusebio ha alcanzado cierta fama local debido a un documental que le hicieron unos alumnos de una escuela de cine, que se pasó en diversos festivales y muestras y del que desgraciadamente no puedo decir más, pues no lo he visto ni sé si está disponible en alguna parte (si alguien lo sabe, por favor que lo diga). Un amigo mío me contó que vio por la tele un reportaje sobre indigentes y salió el Sr. Eusebio y sus hijos, que decían que su padre no era ningún indigente, que ellos podían mantenerle sin problemas, pero él prefería andar por ahí ofreciendo retratos por un euro para pagarse unas copillas, ya que su familia no le dejaba beber. Sin embargo, a Rosalía y a mí nos dijo que lo hacía porque la pensión no le llegaba para vivir. Vale, igual sí que nos está tomando el pelo.
A veces me asalta el recuerdo de un bar. Pero no de un bar cualquiera, sino uno concreto; un sitio en el que he estado alguna vez, aunque sé que no existe. Un lugar suspendido en el tiempo, un bar metafísico. Un espacio fuera del espacio. Un garito en el que, al entrar, el resto del mundo desaparece y nada importa. El mundo real se queda tras la puerta de entrada. En su interior, la noche dura toda la vida.
No sé exactamente cómo es; sólo recuerdo la penumbra y el humo, y que hay bastante gente, pero no tanta como para agobiarte. La gente es como tú: está ahí porque no puede estar en ninguna parte. No hablas con nadie, pero de algún modo sabes que todos los presentes os habéis descolgado, para siempre o no, de una existencia insatisfactoria, y permanecéis en una especie de limbo mental; y esa certeza te hace sentir mejor, aunque no te sirva de nada. Un bar al que puedes ir solo tranquilamente, sabiendo que no desentonarás. De hecho es al ir solo cuando la cosa cobra todo su sentido. Para ir con los amigos hay otros bares, aquí se viene solo: el hallazgo es mayor así.
Suelo recorrer con la memoria las calles de esta ciudad, tratando de localizarlo. Nunca lo consigo, sé que nunca lo conseguiré. Probablemente no existe, ya lo he dicho. A veces pienso que lo he soñado, otras que lo he visto en una película o que me lo han contado (de noche se cuentan las cosas más raras). Pero casi siempre pienso que en el pasado, estando en cualquier parte, me he sentido como si estuviera en ese bar que no existe. Es difícil de explicar. Me acuerdo de un garito en Lisboa, en mitad de una calle estrecha, empinada y tranquila, por la cual, durante el día, trepaba un viejo funicular. De noche tenía algo de fantasmagórico aquel arcaico vehículo aparcado en lo alto de la calle, por donde yo pasaba para bajar hasta el bar. Y el bar parecía tener la cualidad de suspender el tiempo en un radio de unos cuantos metros a su alrededor. No existía pasado ni futuro, recuerdos ni anhelos: sólo la alegría del desarraigo. Me habría quedado allí toda la vida, sin hacer nada en especial, simplemente sentado a la barra, bebiendo y contemplando ociosamente las evoluciones de la parroquia. Nada me hacía más feliz en aquel momento. No buscaba nada más.
Y me acuerdo también de un extraño garito que descubrí hace años en Barcelona, llamado San Bukowski. Estaba en la calle del Lliri, justo encima de la Travessera de Dalt, en los límites del barrio de Gracia. Una madrugada salía yo del KGB y un tipo me dio una tarjeta: San Bukowski. Aún la conservo: en un lado sale el careto de Bukowski y en el otro un croquis con la situación del bar. Cuando llegué, la persiana metálica estaba cerrada. Llamé y me abrieron. La penumbra, el humo. La única iluminación la daban unas cuantas velas encendidas. Pero esta vez no había nadie, sólo el camarero y un borracho que dormía la mona apoyado sobre una mesa. Era un local pequeño: un pasillo con la barra a la izquierda, tres o cuatro mesas y un minúsculo escenario al fondo. En la pared del escenario había un mural con el careto de Bukowski y un par de estanterías con libros. Todavía hoy me arrepiento de no haberme acercado a ver qué libros eran, aunque obviamente debían ser de Bukowski. Me quedé en la barra y pedí una cerveza. No había música, nadie decía nada. El camarero no parecía saber muy bien qué hacer. Algo receloso le pregunté si allí no iban nunca mujeres. Espero que sí, me respondió. Resultó que le estaba cuidando el bar a un amigo. Ah, respondí. Y eso fue todo, me tomé la cerveza y me largué; pero durante ese rato, de nuevo tuve la sensación de hallarme a un millón de años luz sin haber salido de la ciudad. Fui otra noche, pero no me abrieron la persiana; ya nunca más lo hicieron. No se oía nada dentro. Podía haber alguien o no. Supongo que no. Desapareció de manera tan extraña como había aparecido.
No he vuelto a sentirme así en ninguna parte; creía que tarde o temprano encontraría ese bar y me quedaría ahí para siempre. Sería lo justo, hace mucho que lo busco. Pero no. Se me escapa.
(Escrito en agosto de 2004. No, ya no lo busco; me quedo en el mundo real. Buenas noches.)
Ya tengo mote en la plataforma: me llaman El Negociador, porque les pego cada grito a los clientes que los dejo tiesos. Los hijos de puta de mis compañeros se descojonan oyéndome. Mis berridos hielan la sangre. Bueno, cuando me entran bien soy muy amable, ¿eh? Incluso me lo dicen muchos clientes: Muchas gracias, ha sido muy amable. Ya era hora de que me atendiese alguien tan amable. Pero cuando me entran ya gritando tengo una mala hostia que acojona, oigan. Ya proliferan los chistes sobre mí: que me van a poner de especialista en casos difíciles, que soy el icono de la compañía Esto es como el cole, ya lo dije. Buenos días a todos.
(Ah, y disculpen el retraso.)
Dícese de aquel adolescente que, en las inmediaciones de un centro educativo, es visto siempre sentado en un portal, con los ojos extraviados o achinados y la mandíbula caída hasta el ombligo, generalmente en actitud de quemar hachís. (Válido también para aquél que parece permanentemente poseído por un nervioso entusiasmo, su mandíbula semeja cobrar vida propia y sus pupilas recuerdan el túnel del Cadí.)
¿Conocíais esta palabra: borriflipao? No creo: se la inventó mi novia la otra noche, cuando me hablaba de los especímenes que abundan en su facultad. Casi vomito la cena de la risa. Nótese la sutileza: no es lo mismo estar flipao que borriflipao. Uno puede estar flipao un día y no pasa nada, pero los referidos individuos no están sólo flipaos: están borriflipaos. Sabéis lo que quiero decir, ¿no? Es una palabra necesaria para designar a todo un colectivo. El idioma oficial va siempre por detrás de la realidad, pero aquí estamos los hablantes para arreglarlo. Eso sí, por una vez quiero que quede constancia del origen del término en cuestión, o sea que de aquí a un tiempo, cuando todo cristo ande diciendo la palabrita de marras, ya sabéis: la inventó una preciosa chica llamada Rosalía, y fue difundida por vuestro amistoso vecino Henry Killer. Buenos días.
Siento postear tan poco; ahora trabajo por las tardes y, como mi conexión a internet es de seis de la tarde a ocho de la mañana, pues no puedo hacerlo tan a menudo como quisiera. Pero bueno, esta vez voy a contar algo curioso para variar.
Resulta que cuando empecé la formación en el call center, enseguida me hice amigo de un chaval que va siempre con camisetas de Joy Division, Nine Inch Nails y Sisters Of Mercy. Como ya dije en el post anterior, soy algo retraído y no suelo hacer muchas nuevas amistades; he estado en trabajos en los que no hablaba con nadie, y si digo con nadie quiero decir con nadie. A menudo me toman por borde cuando en realidad lo estoy pasando mal, porque me cuesta bastante relacionarme. Pero, en este caso, el vínculo potencial era evidente: le oí hablando de música con otro compañero y me metí en la conversación. Mi timidez sólo es equiparable a mi gusto por la música. Y cuando conoces a uno, por efecto dominó ya vas conociendo a todo el mundo. De modo que, en general, ahora me encuentro bien con la gente que me rodea allí. Aquel chaval, además, sin previo aviso me viene un día y me alarga unos quince o veinte cds: Toma, me dice, es que he estado ordenando mis cds y me he acordado de ti. Un tío majo.
El jueves pasado, víspera de festivo, apenas tuvimos llamadas (yo tuve cinco en toda la tarde), de modo que os podéis imaginar el cachondeo que reinaba en el call center, nos pasamos el rato charlando y riendo. Y en un momento en que estábamos hablando de lo que habíamos hecho cada uno en el pasado, aquel chaval dijo que había trabajado en otra compañía de telefonía móvil cuyo nombre omitiré; recordé entonces que mi hermana trabaja desde hace algunos años en esa misma compañía, así que le pregunté: ¿Conoces a ( )?
Abrió mucho los ojos y, después de dudar un instante, exclamó: ¡Claro que la conozco! Y le suelto: Pues es mi hermana.
Se llevó las manos a la cabeza: ¡Haaala tío, qué dices! Resultó que, durante su estancia en aquella compañía, había sido uno de los mejores amigos de mi hermana. Luego se me quedó mirando como si me viera por primera vez y dijo: ¡Es verdad, os parecéis mucho!
Por la noche llamé a mi hermana y se lo conté, y dio un grito de alegría, se acordaba de él. Le hizo mucha ilusión. Qué curioso que él sea la primera persona con la que entablé amistad.
Ésta ha sido mi primera semana como teleoperador, no ha ido mal del todo. No me agobio, porque al principio te permiten poner lo que se llama el descanso 4, que significa que, por ser novato, te dan la ventaja de poder parar el flujo de llamadas para terminar la disparatada cantidad de trámites informáticos que hay que hacer con cada llamada; de aquí a unos días ya no me lo permitirán, las llamadas me entrarán una detrás de otra y tendré que hacer todos los trámites al mismo tiempo. Ya veremos cómo estoy entonces.
Por otra parte, esto de currar de teleoperador tiene algo de volver al instituto. Decenas de personas con una media de edad de veintitantos en una misma sala es lo que tiene. Sobretodo a partir de las ocho de la noche, cuando empiezan a llamar menos: entre la gente que sale a los descansos o vuelve de ellos, y los que están a la espera de llamadas y hablando con los de al lado, o incluso con los de otro pasillo, de pie con los auriculares puestos y gritándose guarradas por encima de los boxes es un despiporre. Al principio, todo esto me apabullaba un poco; soy un pelín retraído y, además, siempre había trabajado en empresas pequeñas (en la última éramos exactamente cuatro personas contando el jefe). Claro, ahora entro aquí y me da un shock. Pero no me desagrada, después de todo. La novedad, supongo. Sin duda acabaré hartándome, pero ahora mismo tiene su cosa estimulante. También es verdad que aún no me he llevado ninguna bronca. Toco madera.
Dijo Chateaubriand que un hombre no vive una sola vida, sino multitud de ellas, y ésa es la causa de su desgracia. Pues bien, no sé si será la causa de mi desgracia, pero la próxima semana termina mi vida de maquetador y empieza mi nueva vida de teleoperador. Estoy harto de editoriales y empresas de publicidad. De hacer horas extra sin cobrar. De trabajos que piden una implicación total que nunca se paga bastante, o directamente nunca se paga. De sentirme como si tuviera que pedir perdón por salir a mi hora o por negarme a cargar con más tareas que las que pone en mi contrato. Ya sé que trabajar de teleoperador no es ninguna bicoca y probablemente acabaré cansándome también de ello, pero ahora mismo me vendrá muy bien. Cobraré más o menos lo mismo que ahora, pero con implicación cero. ¡Sí!
¿Terminará Tópico de Cáncer convirtiéndose en uno de esos teleopera-blogs que pululan por la blogosfera? La respuesta, la próxima semana (o no).
Son las nueve de la noche. En la calle de atrás de mi casa, unos obreros acaban de ponerse a taladrar el suelo con un martillo neumático. El mundo se está volviendo loco por momentos.
Últimamente he de hacer un gran esfuerzo para no echar la bilis en cada post. No sé por qué tengo mucha mala hostia acumulada. Igual alguien habrá notado (o igual no) que en las últimas semanas he borrado unos cuantos posts. Una ventaja de los blogs, que por desgracia no existe en la vida real: uno puede simplemente borrar lo que no le gusta de uno mismo.
Mi primer impulso al escribir aquellos posts fue desahogarme, cagarme en dios y en lo más sagrado, y efectivamente me quedé muy a gusto haciéndolo. Pero luego, ya más tranquilo, los miré y me sentí mal. Si hay algo que yo pueda dar al mundo, no quiero que sea eso. Puede sonar muy cursi, pero es lo que pienso. Ya está el ambiente bastante caldeado para añadir aún más crispación, por poca que sea. Hace ya años que hemos entrado en una carrera de violencia verbal y conceptual (y física, pero ése es otro tema ¿o no?) que no parece tener fin. Cada día que abres el periódico o enciendes la tele o la radio, piensas que la situación es insostenible, pero cada día es aún peor que el anterior. Lo más desesperante es esta sensación de que no hay salida. No sé qué ha de suceder para parar todo esto, ¿una guerra nuclear? Porque no va a pararse solo, y nadie parece muy interesado en hacerlo. En estos tiempos, lo más conveniente parece ser insultar y gritar mucho, gritar tanto que no se oiga al adversario, que a su vez grita tanto que no se le oye al primero, y los que animan al primero también gritan, y los que animan al otro también, y el insoportable barullo que se lía favorece mucho a unos cuantos y de paso crea una especie de estado de ánimo colectivo que se contagia más que la gripe aviar. En la calle se grita cada vez más, ¿no lo notan? La gente literalmente aulla con un móvil en la mano. Nunca he visto una época en que la intimidad valga tan poco como en ésta. (A algunos les pagan millones por su intimidad, pero no me refiero a ese tipo de valor.) Yo vivo en una calle muy pequeña y peatonal, sin bares ni comercios ni apenas tráfico, y hasta hace algún tiempo se vivía muy tranquilo, pero ya no. No me pregunten por qué, pero ahora es una calle en la que todo el mundo grita a todas horas sin motivo aparente. A veces me siento como Donald Sutherland en La invasión de los ultracuerpos (antes de convertirse en uno de ellos). Y me he fijado en algo muy curioso que sucede constantemente en el metro y que apenas un par de años atrás no sucedía, o al menos yo nunca lo había visto. Les parecerá una tontería, pero para mí es muy sintomático. Se trata de lo siguiente: cuando dos personas que van juntas entran en un vagón medio vacío o con espacio de sobras, en vez de sentarse una al lado de la otra como sería normal, se sientan cada uno en un flanco del vagón, con el pasillo en medio, y se hablan a gritos, por entre la gente que va pasando de un lado a otro. Yo los miro con la boca abierta. No lo entiendo, no entiendo nada. Y lo he visto en personas de ambos sexos y de todas las edades y condiciones. No sé qué les pasa, pero esto debe querer decir algo.
No quisiera salirme del tema. En definitiva, que no sé cómo combatir la crispación, pero desde luego no con más crispación. No se puede apagar el fuego con más fuego. De modo que, si hay algo que yo pueda hacer, como mínimo es limitar la violencia expositiva de mis posts. Al menos no me quedaré con la sensación de haber contribuido a este estado de las cosas. Buenos días.
Hace tiempo que el cielo ha caído. Hace tiempo que la noche nos posee y que somos noche. Veo la luz del vecino encendida y jamás sabré quién es. La crítica del trabajo ha sido siempre el eje esencial de toda política que se quisiera subversiva. La crítica se hacía siempre desde algún lugar: otra forma de organización social, una vida otra... Ahora el lugar nos ha abandonado. De hecho, muchos nos han abandonado. Sólo la esperanza deseaba permanecer junto a nosotros. La tuvimos que matar. Entonces nos sentimos más ligeros y pudimos emprender el vuelo.
Vuelo directo hacia un horizonte de agua. Y un horizonte de fuego. Fuego y agua para destruir este mundo. Efectivamente este mundo sólo merece ser destruido para que pueda vivir mi querer vivir que es nuestro querer vivir. La política nocturna no es un rayo de luz en la oscuridad: es una serpiente que está al acecho. Presta al ataque porque no ha dejado ni un momento de atacar. A ti por ejemplo. A tus seguridades que son el oxígeno de la sangre que bombea tu corazón. A tus verdades que son barcos de papel que navegan en tu cerebro siempre a punto de naufragar. A tus amores que no son más que la fotografía ridícula de una puesta de sol. La política nocturna no promete nada que tú ya no sepas. No, no moriremos de vida. Nuestra vida es una aventura en un parque temático. Conocemos cuándo se inició y sabemos perfectamente cuál es su final. En este mundo la única aventura es hacer de nuestro querer vivir un desafío. Y destruir este mundo. Un mundo que no se ha hecho acreedor a ninguna lágrima. Porque la realidad es demasiado asquerosa. Bajo sus axilas ha crecido una inacabable urbanización que arroja un río de sudor pestilente al mar. Entre sus piernas tiene lugar una guerra feroz que no termina nunca: todos contra todos. Mientras, desde lo alto, Dios se ríe y, de tanto en tanto, empuja con su mano a alguien. Hacia abajo. Hasta que hundido en su propia miseria cotidiana ya no pueda respirar. Los cadáveres putrefactos quedan expuestos al sol y están llenos de moscas. En el culo del infierno donde nadie se puede desentumecer, trabajamos con luz fluorescente. Vivimos muriendo durante un día que no tiene fin. Ensayamos la muerte. Hace siglos que no hemos sentido el aire húmedo que agita las ramas de un almendro en flor. No hay afuera. Sólo esta realidad obscena que no esconde nada. Nosotros somos sombras devoradas por el miedo que se pasea buscando un amigo. El miedo es el mensaje. La realidad es obscena porque no cesa de comer dinero. En su vagina introducimos monedas para comprar un poco de tranquilidad de cara el futuro. Nos cuesta admitir que no hay futuro. La realidad caga dinero, y nosotros acudimos corriendo en busca de migajas. ¿Cuando nos atreveremos a escupirle su propia abyección?
La economía es un gran casino
donde la ruleta decide, minuto a minuto, el precio de la vida.
Y yo, cada día aplazo mi muerte
mientras el índice Nasdaq baja.
El ascensor también baja.
¡Si yo pudiera algún día tocar fondo!
La libertad es una cárcel al borde del mar.
Si todo me ata
si la puerta que se abre no da Afuera
si mis sueños son pesadillas que no tienen fin
si la única ventana que tengo es la televisión. ¿Por qué he podido?
¿De dónde he sacado la fuerza para pensarlo?
Dinero gratis.
El dinero es un código: tener dinero/no tener dinero. Esta diferencia hace funcionar la máquina de repetición llamada realidad. Nada escapa a dicha diferencia, todo se reconduce a ella... y así se (re)produce el orden monetario, es decir, el orden. Y no pasa nada. Nunca pasa nada. La violencia de la moneda excluye y obliga al trabajo. El dinero gratis, en cambio, bloquea este código y ataca la realidad. El dinero gratis es una moneda viviente. Moneda porque es el resultado de un extraño intercambio: expropiación de mercancías, desvío de la lógica del capital... Viviente porque, justamente por el modo de dársenos, es una victoria contra el miedo y la soledad. Como moneda viviente que es, el dinero gratis no se pliega jamás al código. Por eso el dinero gratis no se pide, se impone. Más exactamente: nos damos dinero gratis. Y podemos hacerlo siempre, aunque seamos prisioneros de nosotros mismos. Aunque no lo sepamos explicar muy bien. Basta quererlo. El instante que te quiero ofrecer es una piedra transparente hecha de luz que cuando la arrojes al lago no haga ruido. Pero este instante no existe. Sólo te puedo dar dinero gratis. Querido, toma mi mano. La experiencia del dinero gratis produce daño. ¿Qué experiencia si es verdadera no es dolorosa? La moneda viviente se graba en nuestro cuerpo pero nos hace más valientes. Y también más libres. Vomita el ser que somos. Preferiría no alejarme. Huyamos donde por fin pueda mirarte a los ojos. No dejemos nada atrás, sólo esa vida nuestra incapaz de seguirnos. La piedra herida por el frío no dirá la respuesta. El dinero hiede a muerte, y porque es muerto, puede acumularse. El dinero gratis nos libera del dinero. El cielo ha caído y se enreda entre mis piernas para que no pueda andar. Si la realidad ha enloquecido tenemos que inventar conceptos delirantes. El dinero gratis no nos pertenece: es de todos y, a la vez, de nadie.
Es un grito de asco contra el mundo.
Es un grito de guerra contra este mundo.
Es el grito del querer vivir.
No me lo he inventado yo, no es una broma ni tampoco literatura: es el Manifiesto del dinero gratis, estandarte de los movimientos Dinero gratis y Yomango. Me limito a contribuir a la libre circulación de la información.
Aprovechando que ahora vienen Papá Noel y los Reyes, y que los que seáis padres estaréis sufriendo la agresión constante de los centenares de anuncios de juguetes que se emiten cada día y que reducen vuestra labor de educadores a la mera adquisición de artilugios para vuestros retoños, Tópico de Cáncer quiere brindaros conocimiento de un juguete que vuestros hijos jamás os podrán pedir, porque no existe. Se trata del Busca y captura y es el mejor juguete que he tenido nunca, y el único con el que ahora, más de veinte años después, aún sigo jugando.
Fue creado a finales de los 70 y podríamos definirlo como un cruce un tanto kitsch entre los juegos de detectives tipo Cluedo, los viejos juegos electrónicos tipo Simón (¿os acordáis del Simón?, ¡que alguien me diga que se acuerda del Simón!) y quizá también un primer embrión de lo que luego serían, ya mucho más desarrollados, los juegos de rol. Un curioso artefacto perdido en el túnel del tiempo, en algún lugar entre la ingenuidad de aquella época y el boom tecnológico que estaba a la vuelta de la esquina. Prácticamente no se vendió (no conozco a nadie más que lo tenga o haya tenido) y pronto dejó de fabricarse, circunstancia ésta que me llena de júbilo, pues la posesión del susodicho artefacto me acredita como el perfecto y repelente esnob que me precio de ser. (Por cierto, no he encontrado en el Google la más mínima alusión al Busca y captura. Pues a partir de hoy habrá al menos una.)
Viéndolo ahora, las razones por las que el Busca y captura no triunfó son claras. En primer lugar su precio, bastante elevado para la época, pues ocho mil pelas eran un riñón por entonces; y luego, a los cuatro días ya surgieron las primeras (y primitivas) videoconsolas, que aunque igual de caras o más, dejaron inmediatamente obsoletos un montón de juegos, entre ellos el que nos ocupa, y los condenaron al ostracismo. Sin embargo, o quizá precisamente por eso, para mí el Busca y captura conserva intacto su encanto retrofuturista. A continuación transcribo un resumen de las reglas de juego:
Los jugadores son detectives privados con licencia. El ladrón que persiguen está controlado por computadora (¡caramba!) y es completamente invisible. Pero pueden ¡oírlo! (¡albricias!): con su Detector Electrónico de Delitos podrán fisgonear al ladrón por dondequiera que ande sobre el tablero. Podrán oírlo en el momento de cometer el robo. Le oirán también cuando abra una puerta, camine por el piso, rompa una ventana, corra por la calle y escape por el metro. Cada uno de los sonidos será una guía para los jugadores que les ayudará a seguir la pista del ladrón.
Los jugadores precisarán de toda su habilidad de deducción y lógica para seguir al ladrón y acorralarlo. Luego podrán llamar a la policía. (Sic.) Si tienen suerte, la policía arrestará al ladrón y lo llevará a la comisaría. Sin embargo, a veces escapa de la policía. Otras veces no se halla donde los jugadores pensaban
Si se atrapa al ladrón, se gana una recompensa importante. Si se escapa, cometerá otro robo, y otro, y otro
UTILICE ESTA POTENTE COMPUTADORA PARA SEGUIR LA PISTA DEL LADRÓN QUE SE ESCAPA.
EL BOTÓN CLUE LE PERMITIRÁ FISGONEAR AL LADRÓN POR DONDEQUIERA QUE SE MUEVA.
SIGA AL LADRÓN CON LOS EFECTOS SONOROS ELECTRÓNICOS, OIGA LAS ALARMAS DE ROBO, LAS PUERTAS QUE SE ABREN, LAS VENTANAS QUE SE ROMPEN
LA LECTURA DIGITAL ILUMINA CONSTANTEMENTE LA INFORMACIÓN ADICIONAL. (¡¡¡Lectura digital!!!)
EN EL TABLERO HAY 19 LUGARES DISTINTOS DONDE EL LADRÓN PUEDE COMETER LOS ROBOS.
UN INFORMADOR SECRETO LE DIRÁ EXACTAMENTE DÓNDE SE ESCONDE EL LADRÓN.
UTILICE LAS CLAVES NUMERADAS PARA INDICAR A LA POLICÍA DÓNDE EFECTUAR EL ARRESTO.
SE PRECISA, PERO NO INCLUYE, UNA PILA DE 9 VOLTIOS.
Me encanta, me encanta, me encanta. No hará falta describir los buenos ratos que he pasado con este chisme a lo largo de mi vida, y sigo pasándolos de vez en cuando, si logro camelar a algunos amigos y a la jefa.
En fin, os deseo una muy feliz Navidad a todos. Si nos la vamos a tragar igual, mejor que sea feliz, ¿no?
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Según una de esas páginas de tests que pululan por la red, resulta que soy un existencialista. Fíjate, yo toda la vida creyendo que era un nihilista, y ahora me entero de que soy un existencialista, qué cosas. ¿Mi vida va a cambiar o algo? A lo mejor es que lo estaba enfocando mal. Tendré que leer a Sartre, a ver si él sabe qué hostias es lo que me falla, joder.
Bueno, ya estoy aquí, aunque por poco tiempo, espero. Es que si apruebo el primer examen, el segundo tiene lugar antes de un mes, o sea que no podré ni respirar hasta casi Navidad suponiendo que apruebe el primero, ya digo; lo cual es mucho suponer. Lo sabré en un par de días.
La verdad, no me ha ido tan bien como esperaba, se han pasado un poco. Creo que han puesto una prueba de un nivel superior al que opositamos De hecho, como parte de la preparación me había estudiado una prueba ya realizada para entrar en un cuerpo superior al que yo intento acceder (esto de entrar en un cuerpo superior no es lo que estáis pensando, ¡no me os distraigáis, oye!), y esa prueba era más fácil que la que han puesto este sábado. Supongo que la han puesto más difícil porque se ha presentado más gente, pero ya les vale.
De modo que salí bastante deprimido de la convocatoria, y como estaba cerca de la plaza Reina Cristina me llegué al Corte Inglés y me compré un cd de Frank Sinatra, que viene siendo mi antidepresivo oficial últimamente. (Sííí, todavía compro cds, ¿vale?)
Por lo demás, ayer logré distraerme un rato, fue mi primer domingo sin tener que estudiar en muchos meses. Rosalía y yo fuimos a ver Flores rotas de Jim Jarmusch, bonita película. Podría haber sido mejor, como siempre con Jarmusch hay cosas que no cuadran o que parece que suceden porque sí, pero con eso y todo me supo a gloria. Bill Murray está inmenso, por mi parte no hay problema con que se encasille en esos papeles de madurito que ha perdido el rumbo, porque le salen muy bien; y las diversas actrices invitadas también están estupendas, sobretodo Sharon Stone y Jessica Lange. Eso sí, no la veáis si no os gustan los finales abiertos.
En fin, volviendo al tema, sería devastador que la paliza que me he dado todo este año no sirviese para nada. Si hay justicia en este mundo aprobaré; lo que me temo es que igual no hay. ¡¡¡Rezad por mí!!! (No, yo tampoco creo en dios, pero si apruebo creeré hasta en la Virgen del Escapulario.)
Habréis de disculparme, amables lectores, pero este blog permanecerá cerrado hasta el 19 de noviembre, sábado, día en que se llevará a cabo la primera prueba de la oposición por la que me estoy desviviendo desde hace meses. Mientras tanto voy a tener la cabeza demasiado saturada para escribir o cualquier otra actividad intelectual por insignificante que sea.
(Por cierto, si alguien es masoca y quiere saber lo que llena mi vida en estos momentos, que eche un vistazo aquí: es el blog en el que cuelgo mis apuntes para consultarlos desde cualquier sitio. No os lo perdáis, es apasionante.)
Escribo esto desde Calella de Palafrugell, no me extiendo mucho que internet cuesta una pasta en el hotel. Sólo decir que ESTOY DE PUTA MADRE ahora mismo. (No creo que le interese a nadie, pero tenía ganas de ponerlo.)
Hacía tiempo que tenía ganas de contar esto, la verdad es que no sé por dónde empezar. Son tantos recuerdos absurdos Iba a titular este post Yo he visto cosas que no creeríais, citando al inefable malo-bueno de Blade Runner, pero he pensado que Yo fui Adelaida Martínez sería más comercial (¡que os va el morbo, lo sé!)
No, no me he cambiado de sexo. De hecho, Adelaida Martínez nunca existió: era un personaje de ficción. (En realidad no se llamaba así; le he puesto otro nombre para no meterme en ningún lío.)
El club de Adelaida Martínez era (¿es?, no me he molestado en averiguar si aún existe) una revista en la que trabajé Una revista de contactos. Sí, una de esas en las que la gente se anuncia para encontrar pareja (o parejas). Lo que la distinguía de otras publicaciones similares es que ésta se componía mayormente de relatos de los lectores. Relatos verídicos y con fotos reales
La historia es la siguiente: hace unos quince años yo acababa de salir del instituto y me quedé a las puertas de la universidad (en realidad no tenía muchas ganas de ir; no tenía muchas ganas de nada), y me puse a buscar trabajo sin ningún tipo de cualificación. Mientras tanto empecé a escribir, obviamente sin cobrar un duro, en un par de revistas musicales muy cutres. Estuve unos cuantos años escribiendo crítica musical, lo cual me proporcionó un buen montón de CDS gratis y entradas para conciertos, y además entrevisté a gente como Suede, Blur, Radiohead, Billy Idol, los Cult y Héroes del Silencio. (Los más majos, Radiohead. Billy Idol estaba como un cencerro, me dio una performance en toda regla y me enseñó su pierna operada después de un accidente de moto. De los Suede me asignaron al batería, aunque vi a Brett Anderson agitando el flequillo por ahí. De los Cult sólo pude hablar con el flemático guitarrista Billy Duffy, porque Ian Astbury estaba durmiendo la mona, eran las doce de la mañana de un día entre semana Los Blur eran unos capulletes graciosillos, nada interesante. Y Bunbury es bastante majo en persona a pesar de lo que la gente cree, o al menos lo era entonces.)
El caso es que la misma editorial que publicaba esas revistas musicales, publicaba también la citada Adelaida Martínez, entre otras similares que eran las que realmente daban dinero; las de música se hacían para lavarle la cara a la empresa y para tener contento al coordinador de edición, que era un músico frustrado aparte de un poco enfermo mental Al cabo de un tiempo de empezar a escribir me propusieron entrar en la editorial como aprendiz de maquetador, y acepté. No tenía nada mejor que hacer. En ese momento yo aún no sabía lo que realmente se hacía ahí; cuando lo vi me quedé acojonao.
Al principio, mi trabajo consistía básicamente en mecanografiar los relatos de los lectores (era cuando la gente aún enviaba cartas), y luego maquetarlos. Más tarde empecé a retocar fotos con el Photoshop; me pasé cuatro años retocando imágenes de mujeres penetradas por todos los agujeros (no modelos ni actrices porno: mujeres normales que enviaban sus fotos para que las publicáramos ) Y el último año ya llevaba la edición de Adelaida Martínez yo solo.
Durante los primeros meses me parecía divertido, pero luego empecé a rayarme. Imaginaos: ocho horas cada día, metido en las vivencias y/o fantasías más delirantes de los peores freakies que puedan existir La mayoría de ellos eran, siento decirlo, gente de escasa educación. Los blogueros que os quejáis de que hacéis muchas faltas de ortografía, no sabéis lo que es hacer muchas faltas de ortografía. En ocasiones me sentía como un antropólogo tratando de descifrar un rudimentario código tribal. Había muchos cincuentones que, seguramente debido a la triste historia de este país, apenas sabían escribir. Daba la impresión de que se habían pasado la vida reprimidos, pensando que el sexo era pecado y todo eso, y luego se habían divorciado o lo que fuese y ahora se soltaban el pelo e intentaban vivir toda la sensualidad que les habían negado en su juventud Recuerdo a una pobre y horrible mujer llamada Mari, gorda y sebosa como un montón de neumáticos desinflados, que enviaba prácticamente una carta por semana. Si hubiésemos de hacer caso de sus relatos la mujer follaba como una coneja, aunque me temo que la realidad era mucho más cutre, porque en sus fotos siempre estaba sola y metiéndose cosas por la vagina. Pues esta mujer escribía todas las v como b, y tenía la extraña fijación de que, cuando supuestamente la penetraban, sus labios baginales se bolbían hacia dentro y hacia fuera En todos sus relatos siempre había algún momento en que sus labios se bolbían, no me preguntéis por qué. Por supuesto yo mecanografiaba todas las cartas con la ortografía correcta para que pareciese que nuestros lectores eran de un nivel cultural aceptable.
Aunque no siempre era gente sola: también había muchas parejas cincuentonas que, supongo, se habían cansado el uno del otro y querían follar con otras personas sin romper su matrimonio, que ya se sabe que es sagrado. El intercambio de parejas, como ya se conoce popularmente. Éstos eran los que daban más juego, porque buscaban de todo: otras parejas (él para ella y ella para él o él para él y ella, y ella para él y ella, o cualquier combinación que se os ocurra); hombres solos (sólo para ella o para él y ella); mujeres solas (normalmente para él y ella, muy pocas veces sólo para él); y travestís (casi siempre para él, casi nunca para él y ella). Estas parejas solían ser ya del ambiente y sus historias resultaban bastante creíbles, aparte de que las acompañaban con bonitas fotos de la velada, siempre con las caras tapadas con típex, y si no las tapaba yo con el Photoshop. Abundaban los tipos que gozaban viendo a sus mujeres follar con otros hombres. A menudo me acuerdo de un relato que me impresionó porque, si hubiese estado bien escrito, habría sido digno de Raymond Carver. Me parecía que dicho relato describía muy bien la psicología de esta clase de individuos. Estaba narrado en primera persona por una mujer de unos cuarenta y tantos, madre de dos hijos, cuyo marido era muy celoso, según ella sin motivos fundados, y se pasaba el día acusándola de ponerle los cuernos con todo el mundo. Ella lo había intentado todo: hablar razonadamente con él, mandarlo a la mierda, ignorarle, tomárselo a cachondeo No había manera, aquel hombre era inasequible al desaliento. En esto, un día iban los dos en coche, ella conduciendo y él al lado gritándole zorra y guarra, y ella se puso muy nerviosa y tuvieron un accidente. Milagrosamente a ella no le ocurrió nada, apenas unos rasguños, pero a él se lo llevaron al hospital con bastantes huesos rotos. Cuando lo instalaron en una habitación, todavía inconsciente, a ella le dio una especie de arrebato, salió corriendo de la habitación y del hospital, se insinuó al primer hombre solo que se le cruzó, subieron al coche de éste y acabaron follando como locos en un descampado. Luego ella volvió al hospital y, cuando su marido despertó al fin, le dijo: Amor mío, te juro por tus hijos que ya eres cornudo (me acuerdo de la frase literal), y le contó la experiencia. Entonces él se echó a llorar y los dos se abrazaron. Él nunca volvió a acosarla; ahora eran felices juntos.
Pero, para ser justo, debo decir que tampoco faltaba gente joven entre nuestros lectores, generalmente de los veintitantos a los treinta y tantos, muy pocas veces con menos de veinte años. La mayoría hombres solos, claro, pero también nos escribían mujeres, y algunas no estaban mal; y cada mes recibíamos al menos dos o tres fotos de tías buenísimas, espectaculares, haciendo de todo (e insisto, eran fotos reales, de cámara cutre y reveladas en tienda). Quizá soy ingenuo, pero siempre me preguntaba cómo era posible que nos escribieran esas tías que podrían conseguir hombres en cualquier sitio.
Sé lo que estáis pensando los tíos si alguna vez se me ocurrió contactar con una de ellas. Hombre, ocurrírseme sí, soy humano, y además en aquella época era algo promiscuo (ahora ya no). Pero había demasiados inconvenientes. En primer lugar, los contactos se hacían mayormente por correo, las tías buenas jamás ponían su número de teléfono, y antes de quedar contigo exigían una foto tuya en pelotas. Y la verdad, la idea de hacerme una foto en pelotas y llevarla a revelar a un Fotoprix (aún no existían las cámaras digitales), y luego enviarla a alguien a quien no conoces que vete a saber lo que hará con ella, pues no me apasiona, qué queréis que os diga. Por otro lado, las tías más buenas nunca iban solas, sino que se ofrecían junto con sus chicos para hacer tríos (todo tiene truco), y ésa es otra idea que no me apasiona, llamadme chapado a la antigua si queréis. En definitiva decidí mantener mi vida apartada de esas historias.
Por último os hablaré de los que se ofrecían para, digamos, sexo no estándar (lo llamaremos así para no ofender a nadie, no sea que alguno de ellos lea este blog). No eran la mayoría, pero había unos cuantos. Sin ir más lejos, había uno que escribía cada semana, cuyas primeras palabras eran invariablemente las mismas en todas sus cartas: Quiero ser un váter humano, y a continuación describía todo lo que quería que le hicieran, siempre relacionado con las secreciones corporales. En la redacción ya le conocíamos como el váter humano (no creo que le hubiese molestado). Éste era sin duda el caso más extremo, pero lo cierto es que lo que se conoce como lluvia dorada aparecía frecuentemente en las fantasías y/o vivencias de muchos (y muchas). Y luego estaban los sadomasoquistas. Había más sádicos que masoquistas, claro. Normalmente, tanto unos como otros tenían más actitud que otra cosa, quiero decir que no disfrutaban realmente con el dolor verdadero, sino más que nada humillando o siendo humillados. No obstante, de vez en cuando sí que leías alguna que otra atrocidad. Por ejemplo, recuerdo una horrible fijación que parecía tener más de uno, pues apareció en varias cartas: rociar la vagina de la esclava con alcohol de quemar Ignoro si lo esto lo hacían de verdad o sólo fantaseaban con ello, pero no puedo imaginar que ninguna mujer decidiese contactar con un tipo de éstos después de leer esa animalada aunque, por otra parte, tampoco me extraño ya de nada.
Pero todavía hay más: próximamente os hablaré de los locales de intercambios y de un hotel que se alquilaba entero para fiestas de follar. No os lo perdáis.
Ay Trippy, qué brasa esto de las cadenas. Porque eres tú, que si no
;)
Bueno, allá va:
Tamaño total de los archivos de música en el ordenador: Cero. No me bajo música, soy un poco raro.
Último disco que me compré: Abbatoir blues / The lyre of Orpheus de Nick Cave.
Canción que estoy escuchando ahora: Ninguna, estoy en el curro.
Canciones que escucho mucho: ¿He de poner hasta diez? Me resulta difícil pensar en canciones, normalmente suelo escuchar discos enteros de cada grupo o artista. Pero bueno, más o menos
ÚLTIMAMENTE:
Sunspots de Nine Inch Nails (¿soy el único raro que lo flipa con esta canción?)
Breathless de Nick Cave
You make me feel so young de Frank Sinatra
Loser de Beck
Just like heaven de los Cure
(Sí, soy un poco antiguo, ¿qué pasa?)
EN GENERAL:
Debaser de Pixies (por poner la típica)
Rid of me de PJ Harvey (idem)
Downtown train de Tom Waits (¡¡no, la de Rod Stewart nooorrr!!)
She sells sanctuary de los Cult
A cara o cruz de Radio Futura
Libros leídos durante el año: Soy muy lento leyendo. Unos quince o veinte, creo.
¿Librería o biblioteca?: Librería. Cada vez que veo una me resulta muy difícil no entrar y comprar algo. Compro docenas de libros que luego no leo, o los leo al cabo de unos años.
Último libro comprado: Moby Dick de Herman Melville. Calculo que para los cuarenta y tantos ya lo habré leído.
Último libro acabado: La dama del lago de Raymond Chandler, fantástico. Adoro la novela negra, sección hard-boiled.
Libro que leo en este momento: En realidad leo varios a la vez (uno en el tren, otro antes de la siesta, otro en el váter, otro cuando me da):
Notes of a dirty old man de Bukowski (en inglés)
Poeta en Nueva York de García Lorca
El quadern gris de Josep Pla
Creía que mi padre era Dios de varios autores (relatos cortos verídicos)
Cinco libros que perduren en tu memoria y/o te hayan marcado de manera especial:
Memorias del subsuelo de Dostoievski
Erecciones, eyaculaciones y exhibiciones de Bukowski
La ciudad de cristal de Paul Auster
Las armas secretas y otros relatos de Cortázar
El gran Gatsby de Scott Fitzgerald
Y yo no se lo paso a nadie, quiero que esto muera aquí. Uno que es aguafiestas.
Hostias, me acabo de enterar de que un tal Victor Vicente, portugués, ha publicado un libro llamado Esses Dias. HenryKiller.Blog (!!!) en la editorial Canto Escuro de Lisboa. Estaba entreteniéndome mirando si mi blog anda bien posicionado en el Google (no), y cuando he visto esto me he quedao flipao. ¿Y ahora qué hago? ¿Tengo derecho a algo? ¿Puedo ponerle una demanda de un millón de dólares o así? Si alguien sabe cómo sacar buena tajada de esto, le doy un 10% Quiero vivir de rentas el resto de mis días como Hugh Grant en About a boy.
Vedlo aquí
Estos días estoy releyendo a Bukowski en el tren, por primera vez en inglés (el libro, no el tren). Resulta que, como me voy a presentar a unas oposiciones en las cuales hay un examen optativo de inglés que pienso hacer, porque no baja nota y sí la sube, y como no tengo tiempo ni dinero ni ganas de apuntarme a un intensivo, pues decidí empezar a leer en inglés para reforzar un poco mis apolillados conocimientos del idioma. ¡¿Y qué mejor que un Bukowski?! Habrá mejores maneras de aprender inglés, pero no más divertidas. Por suerte tenía desde hace bastantes años un ejemplar de Notes of a dirty old man de la editorial City Lights (sí, sí, la mismísima y legendaria) que una ex me trajo de San Francisco. En realidad jamás creí que lo leería, lo guardaba más bien como objeto de coleccionista. De hecho también tengo una edición original de uno de sus libros de poemas (The days ran away like wild horses over the hills) que también pienso leer, pero éste no en el tren, porque la edición es una preciosidad, con cubierta de papel de embalar, y con el trajín del tren se manosean mucho los libros y se estropean, cosa que por lo general me importa un carajo, pero no en este caso. Éste de los wild horses lo compré en la librería Laie de BCN, también como objeto de colección, alguna vez que me sobraba la pasta (tiempos aquellos). Todo ello viene a demostrar una vez más mi vieja teoría: cualquier cosa que tengas, por estúpida que parezca, te servirá algún día para algo, cuando menos te lo esperes.
Hasta ahora, en el tren me dedicaba a estudiar el temario de las oposiciones, pero es muy estresante intentar memorizar los distintos recursos que se pueden interponer a un acto administrativo y vigilar que no se te pase la parada y que no venga el revisor (es que me cuelo cada día, sí. Mi sueldo no da para más. Si quieren que pague el billete, que saquen una ley que obligue a mi jefe a hacerme un contrato como dios manda). De modo que decidí estudiar solamente en casa, y en el tren divertirme un poco con las burradas del viejo indecente, y de paso desempolvar mi inglés. ¡No me negaréis que soy práctico!
Estás pasando por el mismo infierno que yo hace tiempo, debe ser cosa de los genes (o la educación ) Sólo puedo decirte que saldrás de ahí, que llegará un día en que ya nada te pesará tanto, que verás las cosas de otra manera. A menudo las barreras se las pone uno mismo, y luego se sorprende al comprobar que es posible quitarlas. Pero eso ya lo irás descubriendo por ti misma, porque ahora estás en el buen camino, no lo dudes. Sólo debes tener paciencia y tranquilidad. Y la ayuda de los tuyos, que la tienes siempre que quieras. Un beso muy fuerte.
Hoy me he hecho el propósito de dejar de quejarme de una vez. A mis 33 años tengo un trabajo que apenas me da para pasar el mes, pero en el que no pego ni sello, lo cual me permite escribir mucho. Sí, escribo a escondidas en el trabajo. También me permite bloguear. Me paso la mañana blogueando. ¿Cuánta gente querría tener un trabajo así? En realidad soy afortunado. Ayer estuve a punto a punto de meterme a comercial, pero en el último momento decidí aguantar aquí. ¡Es que para ganarse la vida como comercial hay que currar mucho! Además, como aquí tengo las tardes libres podré permitirme preparar unas oposiciones a las que he decidido presentarme. La academia cuesta un pastón, pero creo que mis padres me ayudarán. Sí, con 33 años y todavía pidiendo ayuda a mis padres.
En fin, que voy a dejar de quejarme, más que nada por mi salud mental y la de mi compañera. En realidad soy afortunado.
Hoy me siento bien. Así, simplemente. El futuro es un enorme y pesado interrogante que pende sobre mi cabeza, pero estoy alegre. No sé por qué, pero es fantástico. Todos los días deberían ser como hoy. Todos los días deberían ser hoy.
En la soñolienta ansiedad de un lunes por la mañana, escribo esto.
El sábado por la noche, una preciosa gangster llamada Rosalía logró apartarme un poco de la siempre inminente caída. Y también Indiana Jones, Jack el Destripador, un(a) gimnasta suec@ y algunos más
pero ante todo Rosalía, que es la luz de mis noches y, aunque yo ya lo sabía, este fin de semana me he dado cuenta otra vez, y el asombro que me da asombrarme tanto cada vez que me doy cuenta es el milagro que me hace seguir adelante. Los pocos que leen este blog sabrán que no acostumbro a contar intimidades, pero hoy quiero hacerle un homenaje por todos los medios posibles a esa persona maravillosa sin la cual me hundiría mucho más a menudo y que aguanta mis manías y mis estúpidos accesos de mal humor a pesar de no tener ninguna obligación, y hasta consigue devolverme la cordura un poquito.
Niña, vales un imperio. No lo olvides nunca.
Hoy me he enterado de que tengo alergia a la lactosa. ¡La virgen! No me habría sorprendido que me hubiesen dicho, qué sé yo, que tuviese el colesterol alto, o el azúcar, o algo así. ¡¿Pero alergia a la lactosa?! La hostia, si llevo 33 años bebiendo leche, y yo creía que me sentaba bien. Cuando tenía ardor de estómago, lo cual me sucede a menudo, un buen vaso de leche y como nuevo. Pues ahora ya no. Ni cafés con leche (ay), ni tostadas con mantequilla (ay), ni espaguetis a la carbonara (ayyy), ni mozzarella en las pizzas (arrrggg!), ...
A partir de ahora sólo té, margarina vegetal y leche de soja. Un abismo se abre ante mí.
You cant depend on your family
You cant depend on your friends
You cant depend on a beginning
You cant depend on an end
You cant depend on intelligence
You cant depend on God
You can only depend on one thing:
you need a Busload of Faith to get by
Busload of Faith to get byyy!
Busload of Faith to get byyy!
Busload of Faith to get byyy!
You need a Busload of Faith to get by
(Busload of Faith, de Lou Reed)
Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío. Ama el vacío
El Lucas, aquel camata del Mantra que se las llevaba a todas de calle, se fue a vivir solo a la montaña. El Andrés, aquel que tocaba el bajo en el grupo de tu primo, acabó metiéndose a monje. (Lo juro.) ¿Y te acuerdas del Cristian? Aquel melenas que llevaba una chaqueta tejana con un grafitti en la espalda que decía: "El riesgo es vida". Un día se colgó de una grúa en la obra donde trabajaba. Y la Sonia, aquella tía tan cabal que estudiaba filosofía, al final se metió en una secta. Y la Claudia, aquella tía tan impresionante que era la estrella del Mantra, se tiró de la terraza del DIR. ¿Puedes creerlo?