Los reyes son los padres, le habían dicho en el cole. Los reyes son los padres; las palabras resonaban en su mente mientras, acostado y con la luz apagada, esperaba a oir los ronquidos en la habitación contigua. La noche de reyes te quedas despierto y cuando tus padres ya duerman les registras la casa, y ya verás cómo encuentras juguetes escondidos
Por fin los oyó. Esperó un rato más, que cogieran bien el sueño, y luego se levantó y salió de su cuarto. Anduvo descalzo y sin encender la luz, pues sus padres dormían con la puerta abierta; conocía bien la casa y, una vez se le acostumbró la vista, no le costó guiarse en la penumbra. El único sitio donde podían haber escondido juguetes era el armario trastero; no entendía cómo no se le había ocurrido nunca antes, era tan obvio. Quizá por eso, porque era demasiado obvio.
Y en efecto, allí estaban, envueltos en papel de regalo. Aunque no podía verlos distinguía sus formas y tamaños, y al tocarlos percibía sus texturas: esto es un pijama, esto es un Gi-Joe, esto es un patinete
Los reyes son los padres. Volvió a meter los juguetes en el armario, entró en la cocina, agarró un cuchillo de trinchar y se dirigió al dormitorio de donde salían los ronquidos.
El teniente, tembloroso, apenas pudo balbucir: ¿Por qué?
No me trajeron la Playstation.
(Publicado en el dominical de El País el 23 de diciembre de 2001.)