El futuro es como ese objeto fútil que hurtas distraídamente de la habitación de un hotel (un peine, un cenicero, ¿qué más da?), lo guardas en un bolsillo pensando en otra cosa y lo olvidas ahí durante semanas, quizá meses, quizá años; y un buen día lo encuentras y se te ponen los ojos como platos, porque a la luz de todo lo que te ha pasado desde entonces, dicho objeto (un peine, un cenicero, ¿qué más da?) de repente cobra otro significado, una profunda resonancia que no habías percibido al principio; y sin embargo lo llevaste en el bolsillo todo ese tiempo... ¿Y si no lo hubieras olvidado?: el futuro es eso que siempre te recuerda que tú podías cambiarlo.
Mañana sábado 8 de noviembre daré una lectura de cuentos en el Cinyco Café de Barcelona (c/ Lepanto 346, cerca de la Sagrada Familia), a partir de las 20:00 horas.
Se trata de los cuentos que se me han publicado en el último número de Revista Ferbero. También leerán otros colaboradores de la revista, como Héctor Gómez, Alexandra Laudo y Priscila Quintana.
Lo sé, me he columpiado inexcusablemente, aunque no sé con quién debería excusarme porque dudo que nadie siga pendiente de este blog después de tanto tiempo, y con toda razón. En fin, en cualquier caso rompo este silencio para dar una buena noticia: mis primeros poemas publicados EN PAPEL. Sí señores, todavía hay (admirables) locos que se atreven a editar fanzines de literatura (amigo Javi, ¡¡¡mi gratitud eterna!!!)
La criatura en cuestión se llama Revista Ferbero, con éste lleva ya cuatro números y cada uno tiene una estética distinta. El contenido es, asimismo, bastante ecléctico, y uno puede encontrar desde divertidísimas idas de la olla hasta un seriosísimo pequeño ensayo del mismísimo Enrique Vila-Matas, pasando por los humildes versitos de un servidor. Por cierto, mi sección se llama Maquinaria del día, y espero que se mantenga en próximos números. Vale, ya supongo que no vais a dejar inmediatamente todo lo que estéis haciendo y lanzaros a las calles en pos de la revista, pero si un día de éstos pasáis por alguna de las siguientes librerías, podríais al menos echarle un vistazo y quién sabe, ¿no?:
BARCELONA
TAIFA. c/ Verdi 12
LA CENTRAL. c/ Mallorca 237
LA CENTRAL DEL RAVAL. c/ Elisabets 6
LA CENTRAL DEL MACBA. Plaça dels Àngels 1
LAIE. c/ Pau Claris 85
LAIE CCCB. c/ Montalegre 5
LAIE MUSEO PICASSO. c/ Montcada 15-23
LAIE CAIXA FORUM. Avenida Marqués de Comillas 6-8
MNAC. Palau Nacional - Parc de Montjuïc
FUNDACIÓN ANTONI TÀPIES. c/ Aragó 255
FUNDACIÓN JOAN MIRÓ. Parc de Montjuïc
LORING-ART. c/ Gravina 8
EL ASTILLERO. c/ Doctor Rizal 17-19
CYNICO CAFÉ. Lepant 346
MADRID
LA CENTRAL DEL MUSEO REINA SOFÍA. Ronda de Atocha 2
PARÍS
LIBRAIRIE ESPAGNOLE. 7, rue Littré
En todos los citados establecimientos podréis encontrar Revista Ferbero. Además se intentará organizar una presentación en LA CENTRAL, acto del que informaré puntualmente. Gracias a los que hayáis seguido entrando en este blog, y gracias a los que entréis de nuevo. Buenas tardes.
Pedazos de mí esparcidos
por todas partes, volviéndome loco
como un puzzle que al nacer uno
alguien arroja al suelo
y ahí te las compongas
Eso es la vida, juntar pedazos
y nunca los tienes todos
Algunos los buscas y no los encuentras
quizá no existen y lo imaginaste
o quizá se perdieron para siempre
y habrás de acostumbrarte a su vacío;
otros los encuentras y no los querías
y a ver dónde coño encajo ahora esto;
y a veces, muy de vez en cuando
encuentras justo aquella pieza que necesitas
y entonces hay como una gran fiesta
con castillos de fuegos artificiales
y las estrellas te guiñan el ojo
y el océano aúlla tu nombre
Y, en fin, de que la imagen siempre incompleta
que se va formando con los años
te resulte más o menos curiosa
depende que seas feliz
Encájalo
Si pudiera escalar con las manos atadas las fachadas de mi barrio a la cremosa luz del crepúsculo, la sonrisa que se me pondría sería tan amplia que saldría de mi cara y llegaría hasta Berlín, y probablemente creerían que alguien ha levantado otro muro y se cabrearían bastante, y a mí me importaría un carajo. No tengo ni idea de lo que intento decir. Sólo sé que al pasear por estas calles a mediodía me abruma una alegría desintelectualizada, una felicidad sin argumentos, algo que años atrás no podía ni soñar. Durante un rato desaparezco en mis pies. Entro en el mercado sin intención de comprar nada, cruzándolo al ritmo del bullicio de los tenderos, sólo para dejarme invadir por los vivos colores de las frutas de los puestos. Ahora hay un puesto nuevo de sushi, lo cual no tiene ninguna utilidad para mí, pero lo lleva una japonesita que te sonríe aunque pases de largo y sólo con eso me habrá dado un par de segundos más de vida. (Jamás creí que pensaría esto.) Me siento en los bancos de las plazas, junto a los viejos y los guiris y los niños y los yonquis y los universitarios y el Sr. Eusebio, cada uno con su canción silenciosa o no, y de algún modo soy todos ellos, o lo fui, o lo seré. No es cuestión de tiempo: el tiempo está muerto y no hacemos más que llorarle, no seamos más gilipollas. Si estuviese en todas partes a la vez me encontraría aquí mismo y ahora. No sé si me explico. Podría ir a Singapur y volver, y no habría ido más lejos que a la calle Verdi. Si los árboles aún se esfuerzan por levantarse cada mañana, cómo no vas a hacerlo tú, cretino. Y este agosto tendré vacaciones la semana de fiesta mayor (y tú también, princesa, al fin coincidimos).
Vaya adonde vaya, la casa parece seguirme, dijo uno. Podría recorrer miles de kilómetros en coche y estas putas paredes me seguirían incansablemente, irremisiblemente. Estoy condenado a vivir entre ellas, nunca podré quitármelas de encima. Qué aburrimiento, qué coñazo de vida.
Pues a mí me pasa todo lo contrario, dijo el otro. Yo, aunque esté en el lugar más seguro y confortable del mundo, las paredes siempre desaparecen a mi alrededor. Una vez tuve una casa estupenda y una mujer preciosa, y creía que al fin había encontrado mi lugar en el mundo, hasta que me dio por cambiar los muebles de sitio y, al moverlos, detrás de ellos descubrí sendos agujeros por donde el espacio abierto empezó a colarse en la estancia, urgente, llenándolo todo, como una vía de agua en un barco que se hunde, y al final me encontré de nuevo al aire libre, como siempre, y la casa y la mujer habían desaparecido. Yo quisiera tener lo que tú.
Y yo lo que tú.
¿Crees que algún día podremos conformarnos con lo que tenemos?
No. Y sin embargo jamás conseguiremos otra cosa.
Vaya mierda.
Sí.
¿Otra copa?
No, me espera mi mujer.
Cabrón. A mí no me espera nadie.
Aprovéchalo. El día que te esperen ya no podrás soñar con alguien que te espere.
¿Pero no decías que jamás conseguiremos otra cosa?
Es verdad, lo había olvidado. Adiós, chaval.
Cabrón.
Era el tipo que se dedicaba a limpiar el barro del desagüe de una central nuclear. (No me preguntéis por qué carajo había que limpiar el barro del desagüe de una central nuclear; ¡se hacía, eso es todo!) Lógicamente se aburría como una puta ostra allí dentro, solo en aquel gigantesco desagüe cuya oscuridad, apenas rota por el haz de luz de la linterna del pobre hombre, parecía no tener fin, como un pavoroso agujero negro en mitad de la Tierra. Un día, harto del inmundo vacío de su vida, sacó la botella de Soberano que traía siempre bajo la escafandra que le protegía del barro radiactivo, y empezó a beber. No era un hombre de excesos, tan sólo acostumbraba echar un par de tragos para calentarse en invierno, pero esta vez se dejó llevar y se bebió la botella entera. Pilló un pedal como un piano y no se le ocurrió otra cosa que quitarse la escafandra y ponerse a jugar con el barro.
Cuando despertó de la cogorza, con un dolor de cabeza indescriptible, se encontraba tumbado y cubierto de barro de pies a cabeza, y se asustó mucho. Entonces vio algo que le dejó perplejo: junto a él, a la luz de linterna apareció un montón de magníficas esculturas de barro radiactivo, un verdadero trabajo de artista. No recordaba nada, pero sólo podía haberlas hecho él, pues nadie más entraba en el desagüe. No acertaba a comprenderlo, nunca se había creído capaz de tal cosa. (¿Que qué representaban las esculturas?, ¡y yo qué sé!)
Juró no volver a hacerlo, no quería pillar un cáncer fulminante. Sin embargo no fue capaz de destruir las esculturas: eran lo único bonito que había hecho en su vida. Así que las sacó del desagüe y las escondió por los alrededores para poder contemplarlas cada vez que hiciese una pausa en el trabajo. El resto de sus días transcurrió en la misma espantosa vacuidad que siempre... pero no fue mucho tiempo: después de todo, al final le salió un cáncer igualmente y murió al cabo de algunos años.
Poco después de la muerte de aquel hombre, por casualidad pasó cerca del desagüe un marchante de arte y encontró las esculturas. (¿Que qué hacía por ahí un marchante de arte?, ¡meteos en vuestros asuntos!) Cargó en su coche todas las que pudo y se las llevó a su galería, donde fueron inmediatamente apreciadas por la crítica y admiradas por el público, y se hizo rico con ellas. Más tarde murió también de cáncer, pero hasta entonces se dio la vida padre.
Tiempo. El tiempo podría seguir y seguir y seguir y tú siempre ahí, en alguna parte entre los árboles y el bosque, en algún limbo no previsto donde no puedes ver el sol sino a través de espejos; espejos cóncavos y convexos que, al mirarte en ellos, te devuelven la imagen de lo que serías si esto o lo que serías si aquello. Como no pare de sonar de una puta vez esa canción me va a dar un colapso nervioso. No puedes levantarte a cambiar de emisora a cada minuto. No puedes luchar y regular la temperatura al mismo tiempo. Lo comprendes, pero no puedes evitarlo. No puedes soportarlo. Tiempo, estaría bien que me dieras alguna alegría de vez en cuando, le gritas. Que te pusieras de mi parte para variar un poco. Últimamente no me haces ni puto caso. Nada de lo que hago parece gustarte. Me cobras cien mil años por cada pequeña cosa. Me pides cien mil vidas por conseguir mis sueños. Y se diría que algunos las tienen; se diría que algunos viven cinco o seis vidas cada día, como si llevasen en el bolsillo un pulsador para dilatar su tiempo. ¡Yo también quiero uno!, pero sabes que no lo venden en el Fnac. Lo que hace que la gente consiga sus sueños no lo venden, no. Así que al final te compras un cd. Mientras, el tiempo podría seguir y seguir y tú siempre ahí, en alguna parte entre los árboles y el bosque.
¿Se terminaron los tiempos en que vislumbrabas luminosas salidas de emergencia tras cada esquina de tu barrio? Puertas que luego no cruzabas; en realidad era la posibilidad de escape lo que te excitaba, aunque luego no escapases. Claro, cuesta más escapar que quedarte donde estás cuando ya lo tienes todo. O quizá no: quizá cuesta mucho más mantener tu posición que andar buscando otra, porque ninguna es enteramente cómoda. Depende de cómo lo mires. ¿Cómo lo miras tú? Según el pie con que te levantas. A veces sientes que el mundo es maravilloso. A veces sientes que estás atrapado. A veces no sabes dónde estás. Y a veces, muy pocas, de repente sabes exactamente lo que has de hacer, y lo haces. Y eso dura apenas un segundo, un solo segundo de clarividencia en varias semanas. Pero ese único segundo, ese precioso y místico segundo mueve tu vida hacia delante. Sólo un poco. Muy muy poco. Pero hacia delante. Buenos días.
No muerdo a nadie
No soy muy atrevido
pero muéstrame tu alma
y te la quito de las manos
y la devoro
y te conviertes en leyenda
y te vuelves inmortal
aunque no quieras
aunque te duela
Solía sentirme vivo
buscando un tesoro
que no estaba allí
Y aquel destello
en la cuneta
cuánto me excitaba
¿Dónde están los animales salvajes
que acechaban en la oscuridad?
¿Y las guerras tribales por el territorio
de las que salíamos todos mutilados?
¿Y los terribles tsunamis que emergían
quién sabe de qué profundos abismos
y arrasaban la tierra
y se quedaba uno desnudo
en medio de la desolación?
Desde que pasé al hemisferio norte
de la vida (no hace mucho
que crucé el ecuador
y me sorprendí al ver que las cosas
son lo que se supone que son)
no he vuelto a saber de aquello
y aunque no lo echo de menos
a veces lo recuerdo
con cierto placer
Cada mañana cojo un tren
que se desprende descascarillado
como una esquirla de óxido
de ese viejo engranaje que es
mi ciudad
y durante la media hora
que dura el viaje
saco a pasear
mis esperanzas
entre magnéticas montañas
y enigmáticos bosques
Y al llegar a mi parada
uno de tantos lugares
donde la corruptela local
puso zapatos de cemento al paisaje
las guardo de nuevo
en mi maleta
y camino un par de manzanas
hasta la celda con mamparas
en la que cumplo una condena de plasma
y en la radio ponen lo mismo que ayer
y sin embargo podría ser peor
¿Recuerdas cuando pasábamos
tardes enteras
viendo películas en el humo?
Sólo tú veías las mías
sólo yo veía las tuyas
y nos creíamos muy listos
y todo estaba bien
Pero no íbamos a ninguna parte
No íbamos a ninguna parte
Al final aprendimos
que no íbamos a ninguna parte
Ahora charlamos
sobre las ruinas
de todos los castillos que construimos
en el aire
y estamos tranquilos
Choca esa copa
amigo
Los reyes son los padres, le habían dicho en el cole. Los reyes son los padres; las palabras resonaban en su mente mientras, acostado y con la luz apagada, esperaba a oir los ronquidos en la habitación contigua. La noche de reyes te quedas despierto y cuando tus padres ya duerman les registras la casa, y ya verás cómo encuentras juguetes escondidos
Por fin los oyó. Esperó un rato más, que cogieran bien el sueño, y luego se levantó y salió de su cuarto. Anduvo descalzo y sin encender la luz, pues sus padres dormían con la puerta abierta; conocía bien la casa y, una vez se le acostumbró la vista, no le costó guiarse en la penumbra. El único sitio donde podían haber escondido juguetes era el armario trastero; no entendía cómo no se le había ocurrido nunca antes, era tan obvio. Quizá por eso, porque era demasiado obvio.
Y en efecto, allí estaban, envueltos en papel de regalo. Aunque no podía verlos distinguía sus formas y tamaños, y al tocarlos percibía sus texturas: esto es un pijama, esto es un Gi-Joe, esto es un patinete
Los reyes son los padres. Volvió a meter los juguetes en el armario, entró en la cocina, agarró un cuchillo de trinchar y se dirigió al dormitorio de donde salían los ronquidos.
El teniente, tembloroso, apenas pudo balbucir: ¿Por qué?
No me trajeron la Playstation.
(Publicado en el dominical de El País el 23 de diciembre de 2001.)
Se ajustaba los auriculares y desaparecía; la música era un espacio más real que aquella oficina.
Una vez estuviste en ese horizonte oscuro más allá de los tejados de los edificios, más allá de las colinas, más allá de todo paisaje de la mente. Estuviste ahí y no te encontrabas bien, pero sentías que era ahí donde debías estar. En ese momento. Ahora lo ves desde la ventana de tu casa y sientes cierta nostalgia del abismo, pero no tienes ninguna intención de volver. Los colgados deambulan por las calles. En las barras hablan y hablan y por un momento, sólo por un momento, logran captar alguna resbaladiza verdad oculta que al final siempre se les escurre entre los dedos. Y siguen ahí, esperando agarrarla bien algún día. Nunca lo conseguirán, siempre seguirán intentándolo. Mientras tanto ganan, pierden, vuelven a ganar y vuelven a perder. Tú supiste retirarte a tiempo de la partida y te sientes bien por ello. Corres las cortinas y te vas a dormir. Buenas noches.
La nada nos da miedo en relación a nosotros mismos, porque nos imaginamos en ella. Pero la nada por sí sola no debería dar miedo a nadie: "no es nada".
Oí a un teólogo decir que la existencia de dios no puede probarse, pero la no-existencia tampoco, de modo que las convicciones de un ateo no son más empíricas que las de un creyente. Es la madre de todas las falacias. Imagina que alguien te dice, por ejemplo: Tengo un barco de vela, y tú respondes: ¡Estupendo! ¡Enséñamelo!, y entonces te suelta: Yo no tengo por qué enseñártelo; ¡a ver si tú eres capaz de demostrar que no lo tengo! ¿Qué le dirías a esa persona?: Anda y que te den morcilla, chaval, que tengo mejores maneras de perder el tiempo. Pues básicamente eso, a mi entender, es lo que postulaba ese teólogo. Otro ejemplo: te acusan de un crimen sin pruebas, pero te consideran culpable porque no puedes demostrar que no lo has hecho. No es el acusado quien debe probar su inocencia: quienes le acusan deben probar su culpabilidad. Sentido común: quien afirma algo es quien debe probarlo; el hecho de que nadie demuestre lo contrario no significa nada. Es la premisa más básica de la dialéctica.
Razón de más cuando se trata de algo intangible como el concepto de dios. En principio, cuando algo no puede verse, oírse ni tocarse, todo indica que no existe; ¿por qué debe uno probar la no-existencia de algo que a priori no existe? Si tú crees que existe, eres tú quien debe probarlo, listillo. Y sin embargo, la humanidad lleva miles de años tragándose esta falacia. Primero dan por sentada la existencia de un ser superior y luego te cargan a ti el muerto de probar lo contrario: es perfecto. En su favor alegan la inmensa cantidad de gente que cree en ello. O sea, que al final no es más que una cuestión de marketing. 5.000.000.000 de fans de dios no pueden estar equivocados. Ni Elvis Presley lo hizo mejor.
De aquí a veinte años, todos estaremos obligados a aparecer en Televisión si Ésta así nos lo requiriese. Negarse a aparecer se considerará delito de Ocultación de Información, con pena de cárcel; nada debe ser ocultado a la Información. En cualquier momento podrán entrar los cámaras en tu casa; si no les abres, tendrán derecho a echar la puerta abajo. Cientos de cámaras recorrerán las calles las veinticuatro horas del día, entrando allí donde consideren oportuno. Si te preguntan algo ante la cámara no podrás negarte a contestar, y si se descubre que no has dicho la verdad, podrán ponerte las esposas y llevarte detenido a un plató de Televisión, donde se te juzgará ante un jurado de periodistas.