Dícese de aquel adolescente que, en las inmediaciones de un centro educativo, es visto siempre sentado en un portal, con los ojos extraviados o achinados y la mandíbula caída hasta el ombligo, generalmente en actitud de quemar hachís. (Válido también para aquél que parece permanentemente poseído por un nervioso entusiasmo, su mandíbula semeja cobrar vida propia y sus pupilas recuerdan el túnel del Cadí.)
¿Conocíais esta palabra: borriflipao? No creo: se la inventó mi novia la otra noche, cuando me hablaba de los especímenes que abundan en su facultad. Casi vomito la cena de la risa. Nótese la sutileza: no es lo mismo estar flipao que borriflipao. Uno puede estar flipao un día y no pasa nada, pero los referidos individuos no están sólo flipaos: están borriflipaos. Sabéis lo que quiero decir, ¿no? Es una palabra necesaria para designar a todo un colectivo. El idioma oficial va siempre por detrás de la realidad, pero aquí estamos los hablantes para arreglarlo. Eso sí, por una vez quiero que quede constancia del origen del término en cuestión, o sea que de aquí a un tiempo, cuando todo cristo ande diciendo la palabrita de marras, ya sabéis: la inventó una preciosa chica llamada Rosalía, y fue difundida por vuestro amistoso vecino Henry Killer. Buenos días.