Vaya adonde vaya, la casa parece seguirme, dijo uno. Podría recorrer miles de kilómetros en coche y estas putas paredes me seguirían incansablemente, irremisiblemente. Estoy condenado a vivir entre ellas, nunca podré quitármelas de encima. Qué aburrimiento, qué coñazo de vida.
Pues a mí me pasa todo lo contrario, dijo el otro. Yo, aunque esté en el lugar más seguro y confortable del mundo, las paredes siempre desaparecen a mi alrededor. Una vez tuve una casa estupenda y una mujer preciosa, y creía que al fin había encontrado mi lugar en el mundo, hasta que me dio por cambiar los muebles de sitio y, al moverlos, detrás de ellos descubrí sendos agujeros por donde el espacio abierto empezó a colarse en la estancia, urgente, llenándolo todo, como una vía de agua en un barco que se hunde, y al final me encontré de nuevo al aire libre, como siempre, y la casa y la mujer habían desaparecido. Yo quisiera tener lo que tú.
Y yo lo que tú.
¿Crees que algún día podremos conformarnos con lo que tenemos?
No. Y sin embargo jamás conseguiremos otra cosa.
Vaya mierda.
Sí.
¿Otra copa?
No, me espera mi mujer.
Cabrón. A mí no me espera nadie.
Aprovéchalo. El día que te esperen ya no podrás soñar con alguien que te espere.
¿Pero no decías que jamás conseguiremos otra cosa?
Es verdad, lo había olvidado. Adiós, chaval.
Cabrón.
Siento postear tan poco; ahora trabajo por las tardes y, como mi conexión a internet es de seis de la tarde a ocho de la mañana, pues no puedo hacerlo tan a menudo como quisiera. Pero bueno, esta vez voy a contar algo curioso para variar.
Resulta que cuando empecé la formación en el call center, enseguida me hice amigo de un chaval que va siempre con camisetas de Joy Division, Nine Inch Nails y Sisters Of Mercy. Como ya dije en el post anterior, soy algo retraído y no suelo hacer muchas nuevas amistades; he estado en trabajos en los que no hablaba con nadie, y si digo con nadie quiero decir con nadie. A menudo me toman por borde cuando en realidad lo estoy pasando mal, porque me cuesta bastante relacionarme. Pero, en este caso, el vínculo potencial era evidente: le oí hablando de música con otro compañero y me metí en la conversación. Mi timidez sólo es equiparable a mi gusto por la música. Y cuando conoces a uno, por efecto dominó ya vas conociendo a todo el mundo. De modo que, en general, ahora me encuentro bien con la gente que me rodea allí. Aquel chaval, además, sin previo aviso me viene un día y me alarga unos quince o veinte cds: Toma, me dice, es que he estado ordenando mis cds y me he acordado de ti. Un tío majo.
El jueves pasado, víspera de festivo, apenas tuvimos llamadas (yo tuve cinco en toda la tarde), de modo que os podéis imaginar el cachondeo que reinaba en el call center, nos pasamos el rato charlando y riendo. Y en un momento en que estábamos hablando de lo que habíamos hecho cada uno en el pasado, aquel chaval dijo que había trabajado en otra compañía de telefonía móvil cuyo nombre omitiré; recordé entonces que mi hermana trabaja desde hace algunos años en esa misma compañía, así que le pregunté: ¿Conoces a ( )?
Abrió mucho los ojos y, después de dudar un instante, exclamó: ¡Claro que la conozco! Y le suelto: Pues es mi hermana.
Se llevó las manos a la cabeza: ¡Haaala tío, qué dices! Resultó que, durante su estancia en aquella compañía, había sido uno de los mejores amigos de mi hermana. Luego se me quedó mirando como si me viera por primera vez y dijo: ¡Es verdad, os parecéis mucho!
Por la noche llamé a mi hermana y se lo conté, y dio un grito de alegría, se acordaba de él. Le hizo mucha ilusión. Qué curioso que él sea la primera persona con la que entablé amistad.
Ésta ha sido mi primera semana como teleoperador, no ha ido mal del todo. No me agobio, porque al principio te permiten poner lo que se llama el descanso 4, que significa que, por ser novato, te dan la ventaja de poder parar el flujo de llamadas para terminar la disparatada cantidad de trámites informáticos que hay que hacer con cada llamada; de aquí a unos días ya no me lo permitirán, las llamadas me entrarán una detrás de otra y tendré que hacer todos los trámites al mismo tiempo. Ya veremos cómo estoy entonces.
Por otra parte, esto de currar de teleoperador tiene algo de volver al instituto. Decenas de personas con una media de edad de veintitantos en una misma sala es lo que tiene. Sobretodo a partir de las ocho de la noche, cuando empiezan a llamar menos: entre la gente que sale a los descansos o vuelve de ellos, y los que están a la espera de llamadas y hablando con los de al lado, o incluso con los de otro pasillo, de pie con los auriculares puestos y gritándose guarradas por encima de los boxes es un despiporre. Al principio, todo esto me apabullaba un poco; soy un pelín retraído y, además, siempre había trabajado en empresas pequeñas (en la última éramos exactamente cuatro personas contando el jefe). Claro, ahora entro aquí y me da un shock. Pero no me desagrada, después de todo. La novedad, supongo. Sin duda acabaré hartándome, pero ahora mismo tiene su cosa estimulante. También es verdad que aún no me he llevado ninguna bronca. Toco madera.