2 de Junio 2007

NEW YORK, NEW YORK (III)

New York

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Domingo 8 de abril. Hoy toca partido de los Yankees y visita al Harlem. Las entradas para los Yankees ya las compramos hace meses por internet, fue una de las primeras cosas que pensé cuando decidimos ir a New York.

Inciso: mi abuelo jugó al béisbol antes de la guerra en el equipo de Montjuic, Barcelona, donde había un campo de “pelota base” que supongo ya no debe existir, aunque estuvo ahí mucho tiempo; yo llegué a ver un partido a principios de los 80, creo recordar. A mí nunca me ha gustado la competición, pero desde mi más tierna infancia siempre fui muy peliculero, y cuando mi abuelo me contó que él había jugado a ese deporte tan raro que salía en las películas americanas, se me metió en la cabeza que yo también iba a jugar, ilusión que por supuesto nunca se hizo realidad. Mi abuelo me enseñó las reglas del juego y me compré un guante de pitcher y un bate, y todavía los conservo. Todos los veranos, mi primo y yo pasábamos un par de semanas en Castelldefels con mis abuelos y organizábamos partidos de béisbol con los chavales de por allí. Mi abuelo hacía de árbitro. Los chavales no entendían nada, pero se lo pasaban bien, seguramente porque les resultaba pintoresco.

Os cuento todo esto para que entendáis que el hecho de ver un partido de los Yankees de New York significaba para mí mucho más que la típica fantochada de turista. Iba a ser fantástico recuperar durante unas horas aquella ilusión infantil. Otra más de las muchas maravillas que me brindaba New York.

New York
En la izquierda, desayuno antes de salir. En la derecha, ya en el metro, rumbo al estadio de los Yankees.

Os dije que hablaría del metro; el metro de New York da un poco de miedo. La mayoría de estaciones son muy tétricas, incluso las de las zonas pijas. Andenes austeros como para deprimirse, viejos y deslustrados, sin apenas ornamentación y con vigas de metal al descubierto; te hacen pensar en alguna película de zombies posnucleares o algún videoclip de Nine Inch Nails. Choca que en una ciudad tan deslumbrante tengan un metro tan inhóspito, pero a ellos no parece importarles en absoluto. Por otra parte, orientarse ahí abajo tiene su tela, aun llevando un plano. Para empezar, en cada línea de metro (pongamos la amarilla, por ejemplo) pasan varios trenes con trayectos distintos (en este caso el N, el R, el Q y el W); de modo que, aunque te encuentres en la línea adecuada, si te equivocas de tren no sabes adónde puedes ir a parar… lo cual sucede con no poca frecuencia, como veremos… Por si no fuese bastante, hay trenes que cambian su trayecto a partir de cierta hora de la noche; así que uno puede estar muy seguro del tren que ha de tomar, pero si se le pasa la hora sin darse cuenta, acabará donde Jesus Christ perdió la zapatilla.

New York

Respecto al mito de la criminalidad en el metro de New York, debo decir que nunca sufrimos ni fuimos testigos de ningún tipo de asalto. Según parece, en los últimos años se ha trabajado mucho para evitar el crimen, no sólo a nivel policial sino también concienciando a la población (sí, el 11-S ha tenido algo que ver). Por todas partes te encuentras carteles de alerta contra el crimen, lo cual no es que sea muy tranquilizador para uno, pero imagino que debe producir algún efecto disuasorio. Empezando por la misma tarjeta de metro, fijaos:

New York
En efecto, muchos avisos están en español. Como el siguiente, en la izquierda:

New York
En la derecha: “LAS VÍCTIMAS DE CRÍMENES TAMBIÉN TIENEN DERECHOS. Si eres víctima de un crimen, tienes unos derechos y servicios disponibles para ayudarte…”

New York
Esto no tiene nada que ver, pero me hizo gracia.

New York
La “Waiting area”, en casi todas las estaciones hay una. Se trata de la supuesta zona segura del andén, monitorizada, siempre situada en la mitad del mismo, en la parte que queda justo delante de la taquilla del cobrador y, cuando llega el tren, enfrente del vagón del conductor. (En el metro de New York, el conductor no está en el primer vagón como sería lógico, sino en el del medio, y para conducir tiene que ir sacando la cabeza por la ventanilla lateral de su cabina. De verdad.) De madrugada, con los andenes casi desiertos, las pocas personas que esperan el metro se reúnen en la “Waiting area”.

Llegamos al estadio de los Yankees, que está “en el continente”, eufemismo para referirnos al Bronx, el barrio más chungo de New York, al norte de Manhattan y al otro lado del río Harlem. De hecho no hay que internarse mucho en el Bronx para llegar al estadio, pues éste se halla muy cerca del río, pero el paisaje urbano ya cambia radicalmente, los edificios son bastante desangelados y, desde luego, los rascacielos brillan por su ausencia. El metro pasa por debajo del río y emerge justo al lado del estadio, y luego prosigue hacia el norte por la superficie, como un tren de cercanías.

New York
Caos circulatorio bajo el metro elevado, junto al estadio.

New York
Las inmediaciones del estadio bullen de gente. Es el primer partido de la temporada y, como suele decirse, se palpa la emoción.

Sorprende la omnipresencia del béisbol en New York. Más topicazos: allá donde vayas ves tíos con la archiconocida gorra de los Yankees calada hasta las cejas (azul marino y con el logo de la N y la Y superpuestas), y en todos los bares donde haya una tele echan constantemente partidos del susodicho deporte. Cuesta entender que un juego más bien lento y complicado levante tanta pasión en una sociedad tan trepidante como la neoyorkina, pero así es. Todo quisque es de los Yankees, sin diferencias de clase, edad o raza. Si uno quiere integrarse en esta ciudad, con hacerse de los Yankees tiene mucho ganado. Como en Barcelona hacerse del Barça. (Por eso a veces me siento extranjero en mi propia tierra, porque no soy del Barça. No me gusta el puto fútbol.)

New York

Sin embargo, hoy los Yankees no tienen un buen día, los Orioles de Baltimore les están dando una pana. No me importa, estoy disfrutando como un crío. Comiéndome un hot dog entro en éxtasis. He soñado con esta memez durante años. Hasta a Rosalía, que ha venido a regañadientes, termina gustándole.

New York

Pero al cabo de un par de horas, y con el partido sin visos de terminar (el béisbol es como el tenis, sabes cuándo empieza pero no cuándo acaba), ya ninguna ilusión infantil puede ayudarme a soportar el frío inimaginable que hace ahí arriba, y desde luego Rosalía piensa lo mismo, así que decidimos marcharnos. Me da igual quién gane, ha sido estupendo. Antes de tomar el metro de vuelta a Manhattan pasamos por el chiringuito de merchandising y compramos camisetas y gorras de los Yankees.

Tomamos el metro: el vagón está repleto de negros. Sólo negros, todos muy serios y en silencio absoluto. Algunos nos miran fijamente. Si les devuelves la mirada no la apartan, ni pestañean. Rosalía y yo nos comportamos con normalidad (¿por qué no habríamos de hacerlo?), pero no se puede negar que es una situación bastante extraña. Después de dos o tres paradas seguimos en la superficie; se suponía que el tren debía entrar inmediatamente en el túnel que cruza el río Harlem, pero no. El paisaje urbano se ve cada vez más desolado, las casas más destartaladas. Y cuando empiezan a aparecer, una tras otra, las típicas canchas públicas de baloncesto que todos conocemos por las películas de pandilleros y traficantes, tenemos que admitir (no queríamos pensarlo) que sí, lo habéis adivinado: nos hemos equivocado de tren. No estamos volviendo a Manhattan, sino internándonos en el Bronx profundo. Vamos cargados con dos bolsos, dos cámaras y tres o cuatro bolsas de plástico del merchandising de los Yankees; o sea, vamos pidiendo a gritos que nos atraquen. De repente veo toda mi vida pasando hacia atrás y en blanco y negro. Hemos de bajar en la próxima estación y esperar un tren de vuelta a Manhattan.

New York
Nos encontramos dios sabe dónde, en un andén totalmente desierto, lo cual nos inquieta más todavía, porque nadie nos ayudará ante un potencial asalto. Aun así sacamos las cámaras y tiramos fotos. Moriremos al pie del cañón. Llegan tres o cuatro personas al andén, cada uno a lo suyo, nadie parece tener intención de hacer nada malo. Poco a poco nos vamos sintiendo más cómodos. Al fin viene el tren. Otra vez el vagón está abarrotado de negros, pero ya no veo dureza en sus rostros, sino más bien abatimiento, una pesadumbre de siglos. Ahora me sabe mal haber desconfiado tanto, me siento como un cretino con mi cámara y mis bolsas de los Yankees. Entramos en el túnel, volvemos a Manhattan. Próxima parada: el Harlem. To be continued.

(Imágenes por HenryKiller.)

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