8 de Febrero 2007

MOMENTOS ESTELARES DE LA HUMANIDAD

Trabajo en un call center, de tres de la tarde a nueve de la noche. De tres a cuatro no suele haber muchas llamadas, y a las cuatro siempre me doy un descanso para empezar la jornada tomándomelo con calma. Tengo cuarenta y cinco minutos de descanso por jornada y puedo hacer hasta un cuarto de hora seguido. Ese primer cuarto de hora de relax, antes de que se nos venga encima la horda de enfermos de los móviles, me sienta como dios.

Me gusta ir al bar de enfrente. Un bar tranquilo a esa hora, creo que a todas: casi nunca he visto más de dos o tres personas aparte del jefe. No parece que se haga mucho negocio, pero para mí es perfecto. Además hace esquina y todas las paredes exteriores son acristaladas. Siempre me han gustado los bares que hacen esquina y con las paredes acristaladas, porque son como un palco a la ciudad. Uno puede contemplar el trajín de las calles como a lo lejos, desde un pequeño limbo de quince minutos.

Hace unos días, cuando entré en el bar, me sorprendió encontrarme con dos tipos que hablaban muy alto, casi gritándose. Si habéis ido siguiendo este blog sabréis de mi eterna historia de amor con la gente que habla muy alto. No voy a reincidir en ello: sólo comentar que estaban de pie, uno frente a otro, y se hablaban como si estuviesen a veinte metros de distancia. Me van a joder mi cuarto de hora de relax, pensé. Me senté a la barra, pedí un té, agarré un periódico y estuve un par de minutos intentando concentrarme en la lectura; luego me di por vencido, dejé el periódico a un lado y me puse a observar a los dos tipos. Ya que me han jodido el relax, a ver si al menos me distraen un poco, pensé. Uno era joven, alrededor de los treinta años, puede que algunos menos, de estatura media y un pelín rechoncho, y con cabello abundante y descuidado que le cubría la frente y el cogote; llevaba un anorak bastante cutre. El otro era mayor, de unos cincuenta y pico, de la misma estatura aunque más delgado y pulido, y con el pelo corto; llevaba una chaqueta de sport de baratillo, como suelen los hombres de esa edad cuando intentan aparentar una clase social a la que no pertenecen. No parecían tener mucho en común, pero estaban entusiasmados. Al principio no entendí de qué hablaban con tanto fervor; me suele pasar cuando me siento agobiado. Oía las palabras pero no entendía nada. Entonces vi lo que pasaba: el joven estaba sacando monedas de la máquina tragaperras a manos llenas, las contaba y las iba colocando sobre la barra en pilas de diez, y con cada diez pilas formaba una hilera. Había ya dos hileras y seguía contando, y al mismo tiempo comentaba la jugada. El mayor le jaleaba. No estoy muy puesto en el vocabulario de los adictos a las tragaperras, pero la cosa era más o menos así:

—Estaba acojonado ya, tío —gritaba el joven.

—Ya lo he visto, ya —gritaba el mayor.

—Estaba acojonado porque no me salía la cereza.

—Ya lo he visto, ya; ya lo he visto.

—No me salía la cereza y era la última tirada, y ya me había gastado cien euros.

—Qué acojone, ¿eh? ¡¡Ja ja!! ¡¡Qué acojone!!

—Ya estaba a punto de ir al cajero a sacar más pasta. Y entonces me sale la cereza y ¡¡buuum!! ¡¡Trescientos euros!! ¡¡Cómo mola!!

—Cómo mola, ¿eh? ¡¡Ja ja!! ¡¡Cómo mola!!

—Menos mal. Oye, dame dos billetes de cien —le gritó al jefe—. Los otros cien me los quedo en monedas.

Cuando hubo administrado su nuevo patrimonio, el joven empezó a echar monedas a la máquina otra vez. El mayor se quedó al lado con los ojos clavados en la máquina, como si estuviese viendo un partido por la tele. Por un momento dejaron de gritar y sólo se oyó el rumor electrónico de las ruletas girando. Dejé de observarles. Entonces gritó el mayor:

—¿Y dónde está Luxor?

—En Egipto, ¿no? —gritó el joven.

Volví a mirar instintivamente, extrañado por el giro de la conversación. Comprendí: entre frutas de colores y lucecitas parpadeantes, en la máquina destacaba la palabra “Luxor” junto a un dibujo de la esfinge.

—Es que los egipcios fueron la primera cultura, ¿no? —gritó el mayor.

—Me parece que sí, ¿no? —gritó el joven sin parar de echar monedas a la máquina.

—¿Pero fueron los egipcios o los griegos? —gritó el mayor apartándose de la máquina y dirigiéndose a mí, no sé por qué.

—Ni idea, soy muy malo en historia —respondí. Es cierto, soy muy malo en historia.

—Me parece que fueron los egipcios, ¿no? —gritó el joven.

—Los egipcios, ¿no? —repitió el mayor, y otra vez se dirigió a mí—: Es que hay que ver qué listos eran los egipcios, ¿eh? ¡¡Qué edificios hacían!! ¡¡Eso no lo hacemos ahora!!

—Es verdad —admití. Siempre lo he pensado.

—Pero los griegos… ¡¡A los griegos déjalos ir también, ¿eh?!!

—Sí, sí, también.

—Pero los primeros fueron los egipcios —gritó el joven, siempre a lo suyo.

—¡¡Sí, sí, los egipcios!! —gritó el mayor.

—¡¡Bueno, me parece!! —añadió el otro—. Porque seguro seguro, tampoco lo sé.

—¡¡Ja ja, aquí ninguno sabemos nada!! —gritó el mayor.

—Es verdad —dije yo.

—Mi padre nos lo diría eso —gritó el joven, apartándose momentáneamente de la máquina y dirigiéndose al mayor—. Mi padre sabe mucho de historia. Siempre quiso que yo estudiara, pero yo no le hacía caso. A veces se lo digo… ¡¡Papá, conmigo tiraste tanto dinero…!!

Lo siento, no pude reprimir una carcajada. Entonces caí en la cuenta de que se terminaba mi cuarto de hora, así que pagué mi té, dije adiós y salí corriendo. Me habría quedado charlando con aquéllos dos. Me lo estaba pasando bien.

1 de Febrero 2007

OS PRESENTO MI CORTO

Mi viejo corto, lo rodamos mi amigo Yuri y yo hace ya unos ¿cuántos, Yuri? ¿seis, siete años? Uf... Fue durante dos mágicas noches consecutivas sin dormir (y al día siguiente a currar, ¿eh? No se crean). Ya en aquel momento pensé en colgarlo en internet, pero por entonces no resultaba tan fácil y acabé olvidándome... pero ahora, con el auge de YouTube, tenía delito que no lo colgase de una vez. Así que aquí está. Como podrán ver, los actores no son precisamente, ejem, "muy profesionales" (de hecho no son actores, sino amigos nuestros que se ofrecieron a hacerlo), y desde luego eso le quita verismo a la historia; pero, si obviamos ese detalle, me gusta pensar que es un trabajo bastante digno para los medios de que disponíamos, es decir, ninguno: sólo la cámara de Yuri. Por cierto, la banda sonora es de Nine Inch Nails (en realidad es casi un videoclip). Si quieren votarlo, aquí tienen la dirección. Buenos días.