Ahora que cualquier pipiolo saca un disco y ya es el más indie y el más oscuro del mundo mundial, hay que decirlo bien alto y claro: no, tontitos, no, todavía no podéis con Nick Cave. Y eso que os dobla en edad. Menuda exhibición de poderío, elegancia y dominio escénico nos dio anoche el australiano, con sus fieles Bad Seeds a la retaguardia. Hacía unos diez años que no actuaba en Catalunya y se respiraba la expectación. Sus viejos temas suenan igual de transgresores y peligrosos que antaño; cuando tocan Tupelo o Hard on for love (¡se acordaron de Hard on for love!), aún te hacen sentir como si un desastre bíblico se cerniese sobre ti. Y sus nuevos temas suenan vibrantes y arrolladores; su último álbum Dig Lazarus dig parece estar funcionando bien a juzgar por la reacción del público. (Por cierto, el estadio de la Penya estaba sold out. Nunca pensé que este tipo llenaría estadios en España.) Pero lo que más me gustó, nunca me había pasado antes, es la sensación de reencontrarme con un viejo amigo, de que su música ya forma parte inseparable de mi vida. Llevo ya unos quince años de vivencias con banda sonora de Nick Cave, y si al volver a verle en directo compruebas que sigue tan bien como siempre (¿o mejor?), todo cobra sentido de repente. No, tontitos indies, todavía no podéis con él. Tenéis que tomar muchas sopas.
Todos conocemos algún grupo que se inspira (más o menos) en el afterpunk ochentero: Interpol, Franz Ferdinand, los Strokes, los Cinematics... La lista sería larga y quizá subjetiva. Pero nadie es tan fiel a dicho género como los suecos Mary Onettes.
Los Mary Onettes no "se inspiran" en el afterpunk: directamente lo resucitan. Haceos con su primer disco Lost (2006): si os dijesen que se grabó en el 83, os lo creeríais. Suena como el eslabón perdido entre los Cure, los Mission, Echo & The Bunnymen, los Chameleons y, en fin, todas aquellas ingenuas y encantadoras bandas que, a pesar de que en su día fueron denostadas por los rockeros "auténticos" (lo "auténtico": concepto felizmente desfasado), hoy son consideradas clásicas. Lost contiene canciones preciosas, sublimes, verdaderas gemas pop; mi preferida es Slow, pero cualquiera de ellas os puede encandilar.
Los Mary Onettes tocarán el próximo 27 de septiembre en Barcelona y, ¿sabéis una cosa?: ¡¡QUE AL DÍA SIGUIENTE TENGO UNAS OPOSICIONES A LAS OCHO DE LA MAÑANA!! ¿Y sabéis otra?: ¡¡QUE PIENSO IR AL CONCIERTO IGUALMENTE!! ¡¡CON DOS COJONES!!
(Estooo... Sigo cerrado por vacaciones, esto han sido sólo "minutos musicales". Un saludo.)
Mi viejo corto, lo rodamos mi amigo Yuri y yo hace ya unos ¿cuántos, Yuri? ¿seis, siete años? Uf... Fue durante dos mágicas noches consecutivas sin dormir (y al día siguiente a currar, ¿eh? No se crean). Ya en aquel momento pensé en colgarlo en internet, pero por entonces no resultaba tan fácil y acabé olvidándome... pero ahora, con el auge de YouTube, tenía delito que no lo colgase de una vez. Así que aquí está. Como podrán ver, los actores no son precisamente, ejem, "muy profesionales" (de hecho no son actores, sino amigos nuestros que se ofrecieron a hacerlo), y desde luego eso le quita verismo a la historia; pero, si obviamos ese detalle, me gusta pensar que es un trabajo bastante digno para los medios de que disponíamos, es decir, ninguno: sólo la cámara de Yuri. Por cierto, la banda sonora es de Nine Inch Nails (en realidad es casi un videoclip). Si quieren votarlo, aquí tienen la dirección. Buenos días.
Ahora mismo y por de pronto, el último de Tom Waits es la obra maestra y capital de la música americana del siglo XXI. Un triple álbum: el primero, Brawlers, se ocupa del rythm & blues, rock & roll clásico y derivados (o mejor dicho, la particular visión de dichos géneros que tiene el genio de la voz alquitranada), con gotitas de country y folklore irlandés; el segundo, Bawlers, dedicado casi íntegramente a las baladas jazzy, otro de los géneros que Waits ha cultivado con asiduidad y con el cual parece que no se le acaba la cuerda (las hay SUBLIMES); y el tercero, Bastards, el más experimental, un revoltijo marca de la casa de todo lo habido y por haber: hay sitio incluso para el rock industrial (escuchen cómo canta Waits en Dog door: ¿alucino yo solo o está parodiando a PJ Harvey?) En fin, lo que no encuentres aquí no existe. Sin duda uno de sus mejores trabajos; parece mentira que todos los temas sean descartes de sus anteriores álbumes... Sí sí, como lo oyen: el cabrón se ha limitado a recopilar las sobras de otras grabaciones y con eso ha hecho tres discazos. Qué tío chulo, qué cojones que tiene. Resulta alucinante que un vejestorio como él encare el nuevo siglo con tan buena forma que ya quisieran muchos jovencitos. No se lo pieeerdan, hombres.
¡¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAALA!!!
(Acabamos de llegar de verla. No se me la pierdan, oigan. Peliculón peliculón. Buenas noches.)
He visto el futuro del rock y se llama Poet In Process.
Ya, soy un insoportable presuntuoso; sé que no soy Jon Landau ni ellos la E Street Band, pero sí son la mejor banda novel que he visto en muchííísimo tiempo, la más vibrante y auténtica. Tocaron el pasado jueves en la calle Martínez De La Rosa, en las fiestas de Gracia (por cierto, ¡¡ya era hora de que no se matase a nadie ni se rompiese nada!!) y creo que fue una gran actuación; y el público que abarrotaba la calle también parecía creerlo.
Poet In Process son un cuarteto (guitarra, bajo, batería y la impresionante voz de Lynn, a quien tengo el gusto de conocer desde hace bastantes años) y podríamos encuadrarlos en el llamado rock alternativo, aunque a estas alturas ya no sepamos muy bien qué es eso. En algunos momentos pueden parecerse a Pearl Jam o, en general, al grunge de principios de los 90; otras veces a Portishead, aunque sin samplings ni bases electrónicas, todo analógico, puro rock; y a mí particularmente me recuerdan a unos tal The Duke Spirit, una banda indie británica actual.
Hace unos meses estaba yo haciendo zapping a las tantas de la noche y me topé con Poet In Process actuando en Los Conciertos de Radio 3. Me hizo ilusión ver a Lynn por la tele, la encontré muy desenvuelta y segura de sí misma, pero entre la sorpresa y la frialdad de la pequeña pantalla no pude formarme una opinión del grupo y el jueves pasado, en las fiestas, me acabaron de convencer. Los tres músicos se lo tienen curradísimo y, sin ser virtuosos, generan un magma sonoro considerable que, sin embargo, funciona como un mecanismo de relojería; y además, y lo más importante: SABEN LO QUE ES EL ROCK, COJONES. No son unos pedorros con ínfulas alternativas (léase orejas de Van Gogh, cantos del loco y demás). No obstante, el grupo juega su gran baza en la intensidad interpretativa de Lynn, que sinceramente se merienda al público. La gente no pierde detalle de las extáticas evoluciones de la chica. Tiene unas tablas inmensas, sabe cómo dar un buen show. Llegará lejos, ya lo veréis.
Sólo un pequeño handicap puede ponérselo algo difícil: que canta en inglés. Yo no tengo ningún problema con eso, porque creo que cada uno puede cantar en el idioma que le salga de los cojones; pero si estáis pensando algo como esto: Ya está, otra cretina que canta en plan guachiflay para hacerse la cool, debéis saber que la madre de Lynn es inglesa y, lógicamente, ella lo habla con toda normalidad desde que tuvo uso de razón.
Hace algunas semanas me encontré con Lynn por la calle y me avisó de que actuarían en las fiestas de Gracia, y además me contó que, a raíz de su aparición en Los Conciertos de Radio 3, se interesó por ellos un manager de varios y muy conocidos grupos españoles que no voy a citar, y les dijo que él ya tiene las espaldas cubiertas con dichos grupos y ahora quiere llevar a los Poet In Process simplemente porque le gustan, aunque no ganen millones; también les dijo que difícilmente venderán discos en España, pero que en Alemania hay mucho mercado para el estilo de música que ellos hacen y, obviamente, allí no sería un problema que Lynn cante en inglés, más bien al contrario. Ya sé que esto suena un poco a cuento de la lechera y, por la fama que tienen los managers, de entrada mejor no confiar mucho; de lo que sí estoy seguro es que tienen potencial. Y cómo me gustaría que les saliera bien.
Y es que a esta chica la he visto crecer, oigan. La conozco desde que era una niña y siempre supe que tenía madera de estrella; lo supe yo y unos cuantos más, los que solíamos ir al bar del Faristol, en Altafulla. Ella también frecuentaba el lugar y participaba en las jam sessions que organizábamos allí, y ya entonces no sabíamos de dónde le salía aquel pedazo de voz a su tierna edad. (Y ésta no fue a ninguna academia, cretinos triunfitos.) La niña agarraba una guitarra y soltaba un chorro de voz impresionante como si tal cosa, y nos quedábamos todos con la boca abierta.
En fin, el primer disco de Poet In Process saldrá este mismo año y, si os gusta el rock de verdad y no las horteradas, os recomiendo que os hagáis con él. Y compráoslo, joder. Ya les piratearéis cuando sean ricos y famosos, pero ahora apoyadles un poquito, ¿no? Y si os enteráis de que actúan en vuestra urbe, yo de vosotros no me los perdería; avisados estáis. Buenos días.
No veo el momento.
Nick Cave vuelve a ser actualidad. Pronto se estrenará The proposition, dirigida por John Hillcoat, con guión de Nick (!) y un reparto de lujo (Guy Pearce y Emily Watson, entre otros). Se trata de un western ambientado en Australia en el año 1880; después de toda una vida obsesionado con las historias de la América profunda, el genial cantante australiano escribe al fin sobre su tierra. Aunque, al parecer, los elementos usuales de sus canciones están presentes también aquí: amores destructivos, violencia ancestral, pecado, culpa y redención. La película ya ha ganado algunos premios y ha estado en el festival de Sundance este año, con Nick haciendo promoción junto a Guy Pearce (!!!)
Además, Nick ha grabado la banda sonora con uno de sus músicos habituales, Warren Ellis (miembro de los Bad Seeds y líder de los Dirty Three); dieciséis canciones que han sido descritas como tan inhóspitamente hermosas como el paisaje de la película. El disco se editó el lunes pasado. Será mi próxima adquisición.
Más información aquí y aquí / Web oficial de la película
Anoche fuimos a ver Buenas noches, y buena suerte (es que ya he cobrado el mes pasado). Pues la verdad, qué quieren que les diga, oigan. Visualmente da gusto, sí: la fotografía en blanco y negro es fantástica, la composición de planos es muy cool y, sin gran derroche de medios, la ambientación está muy lograda (la década de los 50, la época del McCarthismo en Estados Unidos). Pero, en mi opinión, el guión deja bastante que desear: no tiene ritmo ni emoción, apenas cierta tensión contenida al recrear las históricas alocuciones televisivas del periodista Edward Murrow (David Strathairn). Se hace larga a pesar de que dura sólo 90 minutos. El bueno de Clooney y el guionista Grant Heslov se han preocupado más por hacer un discurso político que por contar una historia; un discurso necesario, pero que no tendría por qué estar reñido con el entretenimiento, ¿no creen? Acaso creyó Clooney que hacerla más entretenida sería una traición al espíritu de Murrow, que al final de la película nos advierte que los media se están convirtiendo en un mero entretenimiento y ya no reflejan la realidad. De acuerdo, pero qué quieren que les diga, oigan. Yo me dormí un rato.
Tremendo concierto el de anoche en Badalona. Ya sé que no descubro nada, creo que nadie dudaba de que iba a ser tremendo, pero dejadme decirlo: tremendo, tremendo.
Después de la pesadilla psicotecnológica de The downward spiral (1994), sin lugar a dudas su obra maestra, y de una continuación un tanto espesa, Fragile (1999), un disco lleno de grandes momentos que, no obstante, evidenciaba una creciente tendencia al trascendentalismo (disco doble, largos pasajes instrumentales quasi sinfónicos ); después de todo eso, digo, Reznor debía dar un golpe de timón, pues llevaba todo el camino de convertirse en un dinosaurio
Y sí: el golpe de timón se llama With teeth. Reznor es demasiado listo para volverse un dinosario. Después de más de quince años, el tío sigue forjándose una carrera sin tacha.
With teeth recuerda en su mayor parte al sonido más sencillo de su primer trabajo, aquel ya lejano Pretty hate machine (1989) que en muchos momentos tenía más de techno que de rock; aderezado con algún que otro arrebato guitarrero que remite al hardcore de Broken (1992); sin olvidar las minimalistas e inquietantes melodías de piano marca de la casa. No hay largos pasajes instrumentales, los temas van directos al grano y los estribillos son magnéticos, y Reznor aulla con esa mala hostia que da escalofríos. Pero la gran novedad es que, por primera vez, las bases rítmicas se han grabado casi en su totalidad con una batería real, a cargo del ex Nirvana Dave Grohl, cuya contundente pegada le da una gran fisicidad al disco, no reñida sin embargo con las profundas y desoladoras atmósferas que uno espera de Nine Inch Nails. Al principio, uno tiene la impresión de encontrarse ante un mero ejercicio de estilo, pero a medida que lo escuchas te va calando hasta los huesos esa fría llovizna de tristeza crónica que caracteriza la música de este hombre, y entonces sabes que el muy cabrón lo ha vuelto a hacer. El primer single es el tremendo The hand that feeds, aunque para mi gusto el gran temazo es Every day is exactly the same, lo más cerca que Reznor puede estar del pop sin dejar de ponerte los pelos de punta.
En mi opinión, Reznor ha hecho una buena jugada. Si se hubiese limitado a evocar el sonido de sus inicios habría sido un fiasco, pero al añadir una batería real ha aportado un elemento distinto a lo que nos tenía acostumbrados, logrando así renovar (que no cambiar) su estilo. El resultado, en fin, es un disco que nadie podrá decir que no suena a Nine Inch Nails, pero que al mismo tiempo nos da a sus fans la bocanada de aire fresco que andábamos necesitando, algo empachados ya de tanto rollo trascendental. Una gran obra cuya escucha, como no podía ser de otra manera, hay que dosificar si no quieres ver hundirse tu equilibrio emocional. En el pasado llegué a estar bastante tocado con los discos de este hombre. Yo es que soy muy impresionable.
Pero qué bueno es el último álbum de Nick Cave and The Bad Seeds. Es inmenso, impresionante, inconmensurable. Es un doble álbum, el primero es Abattoir blues y el segundo The lyre of Orpheus; confieso que aún no he oido el segundo, pero es que sólo con el Abattoir blues ya he recibido tal shock que no puedo dejar de ponerlo una y otra vez.
Confieso también que ya no daba un duro por la carrera de Nick Cave. Sus dos anteriores álbumes, No more shall we part y Nocturama, me dejaron bastante frío, a pesar de que la crítica los puso por las nubes (curioso, igual que ha ocurrido con el último de PJ Harvey, mi otro ídolo sagrado). El No more , aunque tenía buenos temas, se hacía pesado con tanta balada plomiza a piano y voz, y apenas algún ocasional arrebato de la banda. (Y además, ¡Nick desafinaba mucho! ¿Es que nadie más se dio cuenta?) Y el Nocturama seguía más o menos la misma línea, pero rozando ya lo mediocre, como mucho se salvaban tres o cuatro temas. Como compositor, Nick había tocado fondo. Yo no sé si lo que le dejó tan mal fue el esfuerzo por desengancharse de las drogas, el cortar con PJ Harvey (sí: por un efímero espacio de tiempo, mis dos ídolos sagrados estuvieron juntos Menudo par de zumbados, no estoy seguro de que me hubiese gustado verlos en la intimidad) o el casarse luego con otra y tener hijos, que ya se sabe que esas cosas aburguesan bastante. O todo junto. No sé, el caso es que el hombre estaba francamente poco inspirado.
Pero en el Abattoir blues se ha vuelto a poner las pilas, ahora el tío está que se sale. Los temas son fantásticos, con esa mezcla de chulería y dramatismo que es la mejor seña de este australiano, y la banda se ha desperezado de una vez y vuelve a dar caña como antes. Y si el otro álbum es igual, no quiero ni pensarlo. En fin, ¡dios salve a Nick Cave! (Y eso que soy ateo.) A pesar de sus altibajos, sin duda uno de los escasos artistas íntegros que aún quedan. ALTAMENTE RECOMENDABLE.
Bunbury actuó anoche en Barcelona. Es éste un Bunbury que ha sobrevivido, y sobrevive cada día, a toneladas de críticas y escarnios: por sus maneras, por sus letras, por prácticamente todo lo que hace; y sobrevive sin darle mucha importancia ni andar peleado con el mundo. Es éste un Bunbury que ha pasado por mil infiernos y ha vuelto, y además ha vuelto de buen humor. Es éste un Bunbury que se transforma en elegante bestia escénica. Es éste un Bunbury que puede permitirse el desliz de perderse en largos comentarios erráticos u olvidar un par de versos, pues cuando alguien exhibe tan grandes dotes escénicas, esos deslices son una minucia, y encima serán vistos como anécdotas simpáticas y humanas (aclaremos que Bunbury no es humano). Es éste un Bunbury que, para sus muchos fans, está por encima del bien y el mal, y sin embargo sigue haciéndolo bien (aunque decir que Bunbury lo hace bien es como decir que Fernando Alonso sabe conducir). Es éste un Bunbury que lo tiene todo ganado antes de empezar, y aun así se lo gana otra vez. Es éste un Bunbury que se alza con el título de genuino rockstar nacional, el único que ha sabido adornarse con un glamour insólito en el obtuso país en que vivimos. Y por último es éste un Bunbury que combina una agudísima visión del negocio discográfico con un individualismo a ultranza; y esto, sobretodo esto, es lo que le distingue y le sitúa muy por encima de la práctica totalidad de cantantes españoles: este individualismo inteligente. Todavía hay alguien que osa hacer lo que le da la real gana, que no es un títere al servicio de una gran productora, y no obstante se las arregla para contentar a (casi) todo el mundo. Que viva muchos años.
En Flaix TV están poniendo varias veces por semana el nuevo clip de Janes Addiction, Just because (en los demás canales no lo he visto). Resulta extraño verlo, es como encontrarte por la calle con aquel amigacho tan loco a quien perdiste la pista hace tiempo y, en realidad, tampoco te molestaste demasiado en buscarle. El tiempo da y el tiempo quita, y aquello que una vez significó tanto para ti deja de hacerlo sin que te des cuenta. A finales de los 80, Janes Addiction fueron como una fuga radiactiva silenciada por las autoridades. Pasarían unos años hasta que la gente notase los efectos, pero el daño ya estaba hecho. Transgredieron todo estilo conocido hasta entonces. Nadie sonaba como ellos; nadie vestía como ellos. No eran heavies de cuero y tachuelas; no eran heavies de laca y rimmel. No eran rockeros de carretera a lo Springsteen ni hippies activistas a lo Bono. No eran punks. No eran siniestros. Y desde luego no eran poperos. Nadie sabía qué demonio eran; parecían salidos de un frenopático. Nunca habías oído música como aquella. No podías decir se parece a o me recuerda a; aquello no se parecía a nada, era raro de cojones. Podías deducir sus influencias, pero no podías meterlos en ningún saco (¿algo de punk?, ¿algo de rock duro?, ¿un aire siniestro?, lo que tú quieras: el conjunto era mayor que la suma de las partes). Más tarde, los medios lo llamarían rock alternativo; más tarde vendrían Nirvana, Smashing Pumpkins y demás. Pero los Addiction fueron los primeros. Eran únicos, y el mundo aún no se había enterado. Eso lo hacía mejor. Escuchar a Janes Addiction era saber algo que los demás no sabían. Recuerdo cuando les vi en Zeleste en el 91 con tanta emoción como si hubiera visto a Jimi Hendrix o a los Doors: ahí estaban aquellos tipos que cambiarían el rock. Allí se estaba cociendo algo grande, y en el futuro sólo unos pocos podríamos decir que habíamos estado en el ajo.
Bien, todo eso terminó hace ya tiempo, han pasado casi quince años
Entonces ¿por qué vuelvo a sentir aquella excitación al ver su nuevo clip, por qué se me ponen los pelos de punta y no puedo parar de sacudir la cabeza? ¿Por qué, si ya no transgreden nada, si ya no tienen el morbo de lo extraño, si ya no pueden sorprenderme? Pues porque, a pesar de todo y ahora más que nunca, siguen siendo únicos. Sólo tienes que oír la radio un par de horas para comprobarlo.