21 de Agosto 2006

POET IN PROCESS

He visto el futuro del rock y se llama Poet In Process.

Ya, soy un insoportable presuntuoso; sé que no soy Jon Landau ni ellos la E Street Band, pero sí son la mejor banda novel que he visto en muchííísimo tiempo, la más vibrante y auténtica. Tocaron el pasado jueves en la calle Martínez De La Rosa, en las fiestas de Gracia (por cierto, ¡¡ya era hora de que no se matase a nadie ni se rompiese nada!!) y creo que fue una gran actuación; y el público que abarrotaba la calle también parecía creerlo.

Poet In Process son un cuarteto (guitarra, bajo, batería y la impresionante voz de Lynn, a quien tengo el gusto de conocer desde hace bastantes años) y podríamos encuadrarlos en el llamado rock alternativo, aunque a estas alturas ya no sepamos muy bien qué es eso. En algunos momentos pueden parecerse a Pearl Jam o, en general, al grunge de principios de los ’90; otras veces a Portishead, aunque sin samplings ni bases electrónicas, todo analógico, puro rock; y a mí particularmente me recuerdan a unos tal The Duke Spirit, una banda indie británica actual.

Hace unos meses estaba yo haciendo zapping a las tantas de la noche y me topé con Poet In Process actuando en Los Conciertos de Radio 3. Me hizo ilusión ver a Lynn por la tele, la encontré muy desenvuelta y segura de sí misma, pero entre la sorpresa y la frialdad de la pequeña pantalla no pude formarme una opinión del grupo… y el jueves pasado, en las fiestas, me acabaron de convencer. Los tres músicos se lo tienen curradísimo y, sin ser virtuosos, generan un magma sonoro considerable que, sin embargo, funciona como un mecanismo de relojería; y además, y lo más importante: SABEN LO QUE ES EL ROCK, COJONES. No son unos pedorros con ínfulas alternativas (léase orejas de Van Gogh, cantos del loco y demás). No obstante, el grupo juega su gran baza en la intensidad interpretativa de Lynn, que sinceramente se merienda al público. La gente no pierde detalle de las extáticas evoluciones de la chica. Tiene unas tablas inmensas, sabe cómo dar un buen show. Llegará lejos, ya lo veréis.

Sólo un pequeño handicap puede ponérselo algo difícil: que canta en inglés. Yo no tengo ningún problema con eso, porque creo que cada uno puede cantar en el idioma que le salga de los cojones; pero si estáis pensando algo como esto: “Ya está, otra cretina que canta en plan guachiflay para hacerse la cool”, debéis saber que la madre de Lynn es inglesa y, lógicamente, ella lo habla con toda normalidad desde que tuvo uso de razón.

Hace algunas semanas me encontré con Lynn por la calle y me avisó de que actuarían en las fiestas de Gracia, y además me contó que, a raíz de su aparición en Los Conciertos de Radio 3, se interesó por ellos un manager de varios y muy conocidos grupos españoles que no voy a citar, y les dijo que él ya tiene las espaldas cubiertas con dichos grupos y ahora quiere llevar a los Poet In Process simplemente porque le gustan, aunque no ganen millones; también les dijo que difícilmente venderán discos en España, pero que en Alemania hay mucho mercado para el estilo de música que ellos hacen y, obviamente, allí no sería un problema que Lynn cante en inglés, más bien al contrario. Ya sé que esto suena un poco a cuento de la lechera y, por la fama que tienen los managers, de entrada mejor no confiar mucho; de lo que sí estoy seguro es que tienen potencial. Y cómo me gustaría que les saliera bien.

Y es que a esta chica la he visto crecer, oigan. La conozco desde que era una niña y siempre supe que tenía madera de estrella; lo supe yo y unos cuantos más, los que solíamos ir al bar del Faristol, en Altafulla. Ella también frecuentaba el lugar y participaba en las jam sessions que organizábamos allí, y ya entonces no sabíamos de dónde le salía aquel pedazo de voz a su tierna edad. (Y ésta no fue a ninguna academia, cretinos triunfitos.) La niña agarraba una guitarra y soltaba un chorro de voz impresionante como si tal cosa, y nos quedábamos todos con la boca abierta.

En fin, el primer disco de Poet In Process saldrá este mismo año y, si os gusta el rock de verdad y no las horteradas, os recomiendo que os hagáis con él. Y compráoslo, joder. Ya les piratearéis cuando sean ricos y famosos, pero ahora apoyadles un poquito, ¿no? Y si os enteráis de que actúan en vuestra urbe, yo de vosotros no me los perdería; avisados estáis. Buenos días.

7 de Agosto 2006

TRIBUTO A ALTAFULLA

Qué veranos aquellos los de Altafulla, cada vez me asaltan más en el recuerdo. Será que me hago mayor. Cuando lo pienso fríamente tampoco eran tan maravillosos, sobretodo porque allí nunca me comí un torrao. Pero supongo que el recuerdo es más emocional que real, y aquel lugar me daba una sensación de libertad que nunca he vuelto a tener (bueno, quizá alguna vez). Claro que ahora tengo otros alicientes; en fin, en la vida has de perder algunas cosas para ganar otras.

Quizá aquella sensación de libertad se debía más a la etapa de mi vida, la adolescencia, que al sitio en el que me encontraba, pero también es verdad que si en vez de Altafulla hubiera estado en Benidorm o algo así, no me habría sentido exactamente igual. Porque Altafulla tenía algo de mágico. Se trata de un pequeño pueblo de la costa de Tarragona, muy tranquilo, nada que ver con Salou y similares. Todos los que veraneábamos allí andábamos siempre quejándonos de que no había mucha fiesta, o ninguna, pero invariablemente volvíamos cada año, porque en el fondo nos encantaba. Y la fiesta nos la hacíamos nosotros; yo creo que los botellones en la playa los inventamos allí (hace quince años de eso, dios, dios). Algunas noches íbamos andando con todo el alcohol que podíamos y un radiocasete a pilas hasta la playa de Tamarit, un lugar desolado más allá del término municipal de Altafulla; allí había (hay) un enorme y desvencijado castillo medieval sobre un peñasco, y bajo la sombra de sus murallas montábamos la juerga. Según leí en una guía, ese castillo había sido un municipio en la edad media; la palmaron todos de no sé qué epidemia y quedó deshabitado durante siglos, y ya en el siglo XX, un ricachón compró todo el recinto y lo acondicionó interiormente como residencia, casi nada. Semejante escenario bajo el cielo estrellado, el casete voceando She sells sanctuary de los Cult, el vaivén de las olas y la botella de ron: si eso no era magia, no sé qué era. Aquellos parajes tenían un halo de misterio muy atractivo para un chaval con la cabeza llena de pájaros como yo. Mi hermana afirma que existían túneles que comunicaban el castillo de la playa de Tamarit con la parte antigua de Altafulla, también medieval, que está un par de kilómetros al interior, en lo alto de una colina; no sé qué hay de verdad en ello, pero a mi hermana nadie le lleva la contraria. (Un beso, guapa.) Además, se dice que Altafulla fue pueblo de brujas y se ha ido transmitiendo toda una literatura oral sobre ello; pero la realidad es aún más interesante que la leyenda: según parece, las historias de brujas se las inventaban los contrabandistas de la época para que los vecinos tuviesen miedo de salir de noche y no presenciasen los trapicheos de aquéllos. Como veis, todo un cuadro muy exótico.

Dominando la parte antigua de Altafulla se erige otro castillo, algo más moderno y bien cuidado que el de la playa; y a su alrededor, semiocultas en los recovecos de las viejas callejuelas, se hallan tres o cuatro tabernas rústicas, mayormente de piedra y madera, que en aquel momento no eran muy frecuentadas por los chavales del pueblo (supongo que ahora tampoco), pues no tenían precisamente precios populares; los chavales del pueblo iban más a los típicos “bares Marianos”. Hasta los veintitantos años, los de mi pandilla íbamos también a los “bares Marianos”, porque te ponías hasta el culo por cuatro duros y no dabas mucho la nota si caías inconsciente de la silla, pero luego empezamos a ir cada vez más a las tabernas pijorrústicas, que llevaban un rollo más reposado y maduro. Nuestra preferida era el Faristol, que en realidad se trataba (se trata) de una mansión de la época de los indianos convertida en hostal, en el que solían alojarse familias guiris con pasta larga. El bar del Faristol resulta muy sugestivo porque dispone de un pequeño escenario con un montón de trastos: muebles viejos; un piano de pared desafinado; cinco o seis guitarras descuidadas, tanto eléctricas como españolas; dos o tres micrófonos; dos o tres amplificadores cascados; multitud de bongos; una batería que apenas se aguanta derecha; algún que otro saxo y alguna que otra trompeta llenos de polvo… todo ello a la disposición de quien quiera. Ya imaginaréis por qué podía gustar tanto aquel bar a unos fanáticos del rock & roll como nosotros: cuando llevábamos ya algunas copas invadíamos el escenario, agarrábamos los instrumentos, encendíamos los chirriantes amplificadores y montábamos la juerga padre, siempre con la complacencia del dueño del local, el amable Sr. Agustí. Noches de gloria allí dentro. Allí, el menda dio algunos de los mejores conciertos de la historia del rock & roll… aunque sólo se enterasen unas treinta personas cada vez.

Llevo ya algunos días que, de vez en cuando, mientras estoy aguantando la brasa del cliente cretino de turno, de improviso y sin motivo aparente me sobreviene alguna imagen de aquellos veranos en Altafulla… Es como un flash, un fotograma traspapelado, y en un instante desaparece; supongo que me lo quito enseguida de la cabeza. Pero ahora quería contar esto. Buenos días.