¿Recuerdan a Èric Bertran, el niño de 14 años que fue acusado de terrorismo por mandar emails firmados como Exèrcit del Fènix (Ejército del Fénix) contra supermercados que no etiquetaban en catalán? Pues bien, acaba de publicar su primer libro (¡claro, cómo no!), titulado a ver si lo adivinan ¡¡Èric i lExèrcit del Fènix!! ¡¡Bieeen!!
No quiero entrar en el debate político; no comulgo ni con unos ni con los otros, y el ambiente ya está bastante caldeado. (El maniqueísmo, qué gran mal de nuestros días.) No: a mí me interesa más la vertiente editorial del asunto. Definitivamente, cada vez cae más baja esta seudoliteratura autobiográfica tan de moda hoy en día, en la que no importa en absoluto la calidad literaria que pueda tener la historia de turno, sino el puro y simple morbo de saber que esto le pasó de verdad al autor. Hasta ahora, para que te publicasen un libro autobiográfico hacía falta ser ex chulo o ex puta, o ex drogadicto o ex camello, o alguna otra profesión de alto riesgo colmada de experiencias extremas; o quizá haber sobrevivido al conflicto de Kosovo o algo así. Pero ahora ya no: ahora, con enviar cuatro ridículos emails anónimos ya vale. Quizá debería empezar a enviar emails, no sé, a la Renfe por ejemplo, exigiéndoles que en los trenes se prohiba hablar por el móvil a grito pelao; o a todos los restaurantes de Barcelona, reivindicando que se impida la entrada a las parejas con niños que gritan; que a mi entender son cosas como mínimo igual de importantes que el idioma de las etiquetas de los supermercados. Y firmaría: Ejército de Dionisos o cualquier gilipollez que quede así como muy profunda y tal. ¡¡Eureka!!, al fin veo mi camino. Me llevarán a la Audiencia Nacional por peligroso terrorista, pero cuando se den cuenta de que han hecho el ridículo y me suelten, mi hazaña me legitimará para emprender una exitosa carrera literaria, convirtiéndome en el héroe de los que no soportan a los niños que gritan en los restaurantes.
Anoche fuimos a ver Buenas noches, y buena suerte (es que ya he cobrado el mes pasado). Pues la verdad, qué quieren que les diga, oigan. Visualmente da gusto, sí: la fotografía en blanco y negro es fantástica, la composición de planos es muy cool y, sin gran derroche de medios, la ambientación está muy lograda (la década de los 50, la época del McCarthismo en Estados Unidos). Pero, en mi opinión, el guión deja bastante que desear: no tiene ritmo ni emoción, apenas cierta tensión contenida al recrear las históricas alocuciones televisivas del periodista Edward Murrow (David Strathairn). Se hace larga a pesar de que dura sólo 90 minutos. El bueno de Clooney y el guionista Grant Heslov se han preocupado más por hacer un discurso político que por contar una historia; un discurso necesario, pero que no tendría por qué estar reñido con el entretenimiento, ¿no creen? Acaso creyó Clooney que hacerla más entretenida sería una traición al espíritu de Murrow, que al final de la película nos advierte que los media se están convirtiendo en un mero entretenimiento y ya no reflejan la realidad. De acuerdo, pero qué quieren que les diga, oigan. Yo me dormí un rato.