30 de Octubre 2006

LISBOA MEU AMOR

Lisboa

Hemos pasado este fin de semana en Lisboa; ha sido el regalo de Rosalía por mi cumpleaños (muchas gracias, princesa. Estooo... no sé si podré igualarlo). En realidad, mi cumple es en diciembre, pero la oferta de vuelo era para estos días y había que aprovechar. Llevaba tiempo deseando volver a esa ciudad: fui por primera vez hace unos cuatro años y me enamoré de ella. Me ha encantado comprobar que sigue igual de bonita que entonces.

Lisboa

Rosalía no conocía Lisboa y también le ha encantado; yo temía que a ella no le gustase tanto, incluso que a mí ya no me gustase tanto. Lo cierto es que la primera vez fui en unas circunstancias muy particulares de mi vida y eso pudo haber magnificado mi visión de esa ciudad. Pero, muy al contrario, ésta se ha confirmado, y no sólo a mis ojos.

Lisboa

Para alguien que vive en Barcelona, ir a Lisboa es como alejarse del mundanal ruido, pero con todas las posibilidades de una metrópoli. Es un lugar moderno, pero que en muchos sentidos permanece en el pasado. En las zonas más antiguas, inaccesibles al tráfico rodado, hay un silencio que parece imposible en un núcleo urbano, y los viejos sacan sus sillas a la calle y pasan la tarde charlando. En las diversas colinas que abollan la ciudad existen miradores bastante tranquilos, a cual más bonito, donde tomar un café y olvidarse de todo contemplando las vistas; llegar hasta alguno de ellos sólo te lleva dos o tres paradas de tranvía o metro, según los casos. No hace falta ir lejos para salir del bullicio: estés donde estés, siempre hay un rincón de calma.

Lisboa

Lisboa

En el centro siguen funcionando los antiguos tranvías de madera, cruzándose con los nuevos, que van más aprisa y hacen trayectos más largos. Este contraste sorprendentemente natural, como por casualidad, entre la modernidad y el pasado más arcaico, da un aire muy especial a la urbe.

Lisboa

Lisboa

No crean que los tranvías de madera son sólo turísticos. Los hay que sí y te cobran treinta euros o qué sé yo, con rutas guiadas y memeces de ésas; pero otros son de línea regular y cuestan un euro y pico como cualquier transporte. Cruzar el centro de la ciudad en uno de esos cacharros, sacudiéndose y crujiendo todo el rato como si estuviera a punto de caerse a trozos, es una experiencia realmente pintoresca, inimaginable en Barcelona o Madrid.

Lisboa

Lisboa

La juerga de Lisboa se encuentra en el Bairro Alto, el distrito bohemio de la ciudad, que se pone hasta arriba de gente; es parecido a Gracia, pero con unas cuestas de cuarenta y cinco grados. Todo son bares y restaurantes y tiendas de discos y ropa (las discotecas suelen estar por la periferia de la ciudad).

Lisboa

En dicho barrio viven muchos actores, músicos, diseñadores, periodistas y demás: quizá eso explica por qué todo el mundo sale con las copas a la calle y no pasa nada con los vecinos. O quizá es por el milenario estoicismo de los portugueses, quién sabe.

Lisboa

No conozco pueblo más bien educado que el portugués. Nunca me he identificado ni con la verborrea chulesca y chabacana del típico español, ni con la coñita escatológica y torracollons del típico catalán (para ser totalmente sincero, últimamente estoy hasta los huevos tanto de unos como de otros). Pero el carácter portugués, con esa tranquilidad de siglos, siempre afable pero sin dar demasiadas confianzas antes de tiempo, me parece impecable. Allí nadie te hablará con desconsideración, pero tampoco pretenderá ser tu amigo antes de serlo; y cuando lo sea, lo será de verdad. Me siento muy cómodo en ese contexto. (Y sí, me lo voy a pensar.)

Lisboa

Y hablando de sitios donde me siento cómodo, sobre estas líneas pueden ver el bar que suspende el tiempo. Ahora hay más gente que cuando lo descubrí, han abierto otros dos o tres locales al lado y quizá se ha perdido una pizca de encanto, pero sólo una pizca. El ritual de tener que pasar junto al funicular aparcado para bajar hasta los bares, convierte esa calle en uno de los parajes más llenos de magia que he visto en mi vida. Las fotos son un pálido reflejo, pero háganse una idea:

Lisboa

La belleza decadente de Lisboa es una cosa encantadora. Yo creo que vale la pena que dejen las fachadas deslustradas con tal de no tener las calles infestadas de guiris. ¿De qué sirve una ciudad glamourosa si no pertenece a sus habitantes?

Lisboa

Es una lección que debiéramos aprender en Barcelona, donde pagamos un precio demasiado alto por ser una ciudad de moda. Aquí estamos muriendo de éxito; Las Ramblas se han convertido en una colonia británica. Nos perdió la obsesión por figurar, el Barcelona posa’t guapa. Sin preocuparse tanto por su aspecto, Lisboa resulta cosmopolita pero tranquila al mismo tiempo, te deja respirar. Díganme si esto parece el rabioso centro de una gran ciudad a partir de las cinco de la tarde de un viernes o sábado:

Lisboa

Por cierto, un detalle curioso: absolutamente TODAS las aceras de Lisboa son como las que pueden ver sobre estas líneas. Les importa un huevo que sean incómodas para andar. A mí también: en Barcelona ya las habrían levantado unas cien veces para justificar otras tantas partidas presupuestarias que se embolsaría el cuñado del concejal de turno, jodiendo cada dos por tres a los vecinos.

Lisboa

Pero habrá que ver cuánto les dura a los lisboetas. Ya sabréis que Portugal atraviesa una crisis económica muy grande; el día que se den cuenta de que en Lisboa tienen una mina, veremos qué pasa con ella. El dilema de nuestro tiempo: preservar el espíritu de un lugar para seguir viviendo tranquilos, o vender el culo al turismo para poder comer. Estaría bien que a alguien se le ocurriera algún otro camino.

Lisboa

Me pregunto cuánto tardará el concejal de turno en inventarse un Fórum o lo que haga falta para que acudan como moscas todos los guiris de Europa. De hecho, en los periódicos lisboetas ya se habla de un proyecto para difundir una “marca Baixa-Chiado” (el distrito comercial de la ciudad), supongo que siguiendo el ejemplo de la “marca Barcelona” del cretino de Clos.

Lisboa

Hemos estado poco más de un día y medio allí, pero he tenido tiempo de quedar con una lisboeta a la que conocí la primera vez que fui y charlar un rato con ella, y me ha contado que está pensando en irse a vivir al campo, porque ya empieza a sentirse estresada en su ciudad. “Susana, si vivieras en Barcelona sabrías lo que es estar estresada”, le digo. “Te creo, y precisamente no quiero llegar a eso”, responde. Muy sabia, mi amiga Susana. Por mi parte, pienso volver a Lisboa tantas veces como pueda antes de que la jodan para siempre como a Barcelona. Ya tengo la saudade. Buenas tardes.

Lisboa

(Imágenes por HenryKiller. ¿Qué os creíais, eh?)

25 de Octubre 2006

18 de Octubre 2006

CABALLERO

Resulta curioso cómo se pegan las maneras de hablar en un call center. En mi plataforma nos permiten dirigirnos a los clientes con cierta libertad, no es de las que te obligan a usar unas frases determinadas; entonces, al escuchar cada día el mismo rollo en boca de unos veinte tíos que te rodean, cada uno con su propia manera de explicarlo, se te acaban pegando expresiones.

Yo, por ejemplo, jamás había llamado a nadie “caballero”, y además lo encuentro espantosamente hortera; pero hijos, se me ha pegado y no puedo hacer nada. Desde que empecé en este curro he tenido al lado a un chaval, bastante simpático por otra parte, que está constantemente llamando “caballero” a los clientes, y además grita mucho, se le oye por todo el pasillo e incluso más allá; y claro, ahora yo también digo “caballero” constantemente, y ya ni siquiera intento evitarlo porque es inútil. Al mismo tiempo, más de una vez he escuchado en boca de algún compañero alguna expresión típica de mí. Da que pensar, ¿no les parece?

En cualquier caso, el hecho es que lo de “caballero” funciona con los clientes, por espantosamente hortera que pueda sonar. Sí, sí: en el fondo, a los tíos nos gusta que nos llamen “caballero”, aunque no lo reconozcamos en estos tiempos de qué pasa nen. Claro que nunca llueve a gusto de todos. Por ejemplo, el otro día me sucedió lo siguiente:

“Skyline empresas, le atiende Henry Killer, ¿en qué puedo ayudarle?” (Nombres figurados, por supuesto.)

Me respondió un extranjero, probablemente hindú a juzgar por su nombre y su acento:

“Quiero dar de baja un número de teléfono.”

“Dígame cuál, caballero.”

Silencio.

“¿Hola? ¿Me escucha?”

“Sí, sí.”

“Dígame qué número quiere dar de baja.”

“No me acuerdo.”

Esto es más habitual de lo que os podáis imaginar: muchos intentan dar de baja números que no recuerdan. Supondrán que los tengo que recordar yo.

“Caballero, si no me dice el número no puedo saber cuál es.”

“No soy un caballero, soy un tanquero.”

“¡¿Perdón?!”

“No soy un caballero, soy un tanquero.”

“Ah. Bueno. En cualquier caso, no puedo dar de baja un número si no sé cuál es, caballero.” (¡Ooops, lo he vuelto a decir!)

“¡¡¡Que no soy un caballero, soy un tanquero!!!”

“Eeeh… Bueno, lo que sea usted, oiga. No voy a poder atenderle si no me dice el número.”

“¡¡ME ESTÁ INSULTANDO USTED, ¿ME ENTIENDE?!! ¡¡NO SOY UN CABALLERO, SOY UN TANQUERO!! ¡¡NO TENGO UN CABALLO, TENGO UN TANQUE!!”

Y me colgó. Una historia real.